Katherine Chacón
Al observar los trabajos de Asdrúbal Colmenárez que conforman esta exposición, bien podríamos caer en la tentación de apreciarlos por la calidad casi hiperrealista de su factura, o por el sesgo "pop" de las resoluciones formales o los temas tratados. Sin embargo, es interesante y necesario adentrarnos en lo que ha sido la poética de Asdrúbal Colmenárez para poder comprender y disfrutar de la densidad semántica de sus proposiciones plásticas.
La obra de Colmenárez es, sin duda, una obra de investigación, esto es, una propuesta basada en la indagación de los elementos que conforman el mensaje estético. Hablo de mensaje, porque su investigación no es formal -no involucra el aspecto formal como elemento preeminente-, sino que va dirigida sobre todo a los contenidos semánticos del lenguaje artístico y a la manera como éstos son, en la contemporaneidad, permeados por un sinfín de influencias que incluyen los conceptos –y nuevos conceptos- en torno al arte.
Otra característica del trabajo de Colmenárez es la simultaneidad, quizás derivada de sus acercamientos tempranos al surrealismo. A través de la simultaneidad, Colmenárez logra romper con el discurso lineal, meramente representativo, para permitirnos acceder a un plano perceptivo múltiple, donde varias ideas confluyen haciendo de la obra un ente móvil. No en balde varios de sus Apotegmas estéticos giran en torno a la idea del movimiento, lo fugaz y lo efímero como condiciones de un verdadero arte del futuro.
La preocupación de Colmenárez es, también, de índole ética, dado que el arte es, para él, un espacio para la reflexión trascendente, aquélla que va más allá de lo anecdótico, lo meramente formal o lo ideologizante.
Las obras que vemos hoy reunidas en esta exposición muestran un aspecto que es muy importante dentro de la trayectoria del artista: la transposición de los elementos conceptuales propios de la poética de este creador venezolano en el lenguaje –en cierta forma desprestigiado por la modernidad- de la pintura figurativa. Para esto Asdrúbal Colmenárez se vale de una destreza técnica que seguramente él mismo desdeña.
Pero no nos engañemos: la intención de Colmenárez no es el regodeo en el producto formal de la obra. El artista trabaja la figura hiperrealista como un señuelo que nos permite adentrarnos en otras dimensiones de un discurso sólo en apariencia representativo. El artista introduce la simultaneidad –y el distanciamiento- del "encanto hiperrealista" a través de recursos eminentemente "plásticos" como chorreados, planos y líneas de color puro, guías de color, textos, letras, subdivisión del espacio en cuadrículas, objetos reales colgados frente al cuadro o pegados en su superficie y representaciones de estos objetos que subvierten la coherencia espacial hiperreal. El cuadro cobra entonces una dinámica espacial que, en algunas de las piezas presentadas, nos hace recordar ciertas realizaciones de los futuristas italianos de comienzos del siglo XX.
El amor a la máquina fue, por cierto, un aspecto importante de la estética futurista, interesada en hacerse eco del dinamismo industrial del naciente mundo moderno. De las máquinas, el automóvil cobró lugar relevante en las representaciones de este movimiento, como símbolo de la velocidad y los cambios en las percepciones del espacio-tiempo que trajo consigo la modernidad.
Automóviles, motores, volantes, faros y diversos segmentos automotores, son representaciones recurrentes en las obras que conforman esta exhibición. Pero aquí los autos no son utilizados valiéndose la belleza de su diseño ni hacen referencia a la eficiencia de su funcionamiento. Son autos destruidos y abandonados, cuyos restos yacen apilados, incoherentemente, en un depósito de chatarra, -¿y qué lugar más desolador e incongruente, que el "cementerio de la máquina", donde los opuestos velocidad/quietud; progreso/atraso; vida/muerte, se dan la mano en una especie de promiscuidad absurda del objeto?-.
Las obras llaman a la reflexión al confrontar estas imágenes con representaciones de juguetes infantiles, colocados también en el plano del cuadro como objetos tridimensionales; todo esto en un espacio plástico que busca emular –o descubrir- el tempo del caos. El juguete y su representación, en su simpleza y su evidente carga emocional, es confrontado a las angustiosas imágenes de autos desechados. La naturaleza en su forma más candorosa –la niñez-, confrontada con la muerte, la violencia y el absurdo.
El ansia de progreso pareciera ser vista aquí en su futilidad, frente a la inmensidad incomprensible del Tiempo: "trabajos de amor perdidos" de una humanidad que apostó todo al progreso y enmudeció en su sinsentido, duras labores del conocimiento en busca de la garantía de un bienestar eterno traído por la industrialización y la tecnología, revertido ahora contra de la esencia misma del humanismo. Quizás nos hable también Colmenárez de la soledad del arte, de su arte, siempre autointerrogándose sobre su esencia, su sentido y sus significados.
Al observar las obras de esta muestra, comprendemos que la estética de Colmenárez no es complaciente. La multiplicidad de los sentidos y relaciones que activa en el espectador le otorga una densidad plástica no acorde con el arte hecho para agradar u ornamentar. Es un trabajo "procesual" que busca en cada obra un nuevo descubrimiento, una obra abierta que involucra al espectador, aguijonendo su inteligencia y sensibilidad para llevarlas hacia interrogantes que ponen en tela de juicio sus propias concepciones éticas y estéticas.
Katherine Chacón
Mayo del año 2000