Eduardo Planchart Licea
 

La estética de Luisa Richter muta el paisaje en geometría espiritual; el sentido de su acción creativa es el sendero a una concepción de la felicidad que va más allá del hedonismo pues indaga en la historia de la espiritualidad y es guiada por la constante reflexión sobre la esencia de la realidad que la lleva a la abstracción. Define el pintar como una acción: La felicidad me invade cuando pinto sobre un lienzo blanco. También para Luisa el arte está íntimamente vinculado al amor tal como sentenció Ovidio en su Arte de Amar:

“El arte impulsa con las velas y el remo las ligeras naves, el arte guía los veloces carros, y el amor se debe regir por el arte”
Ovidio, Arte de Amar. Biblioteca Clásica Gredos, España, p. 27

La visión del arte que se despliega en su obra responde a una simbología creativa que se nutre en las raíces de la civilización occidental como los complejos mitológicos alrededor de Gilgamesh, Orfeo, Dionisio, Apolo, el romanticismo y la historia de la filosofía. Sentidos que logra transmitir a su abstracción en cuadros como “La Catedral”, 1977-1984 y “La fuerza de la Visibilidad” 1990. Este lenguaje plástico está a su vez íntimamente vinculado a su contexto histórico y vivencial.

En el año de 1955, procedente de Alemania, la joven creadora llega en barco al puerto de La Guaira, donde debía esperarla su esposo, quien, por llegar tarde, estuvo a punto de perderla pues, ante este evento, Luisa quiso devolverse. Venezuela estaba gobernada por la férrea dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez desde 1953, régimen que perduró hasta el 23 de Enero de 1958, cuando el dictador huye del país tras una huelga general.

Afortunadamente para su esposo y las artes visuales del país (pues era una joven reconocida en Alemania y había recibido ya su primer premio), el ingeniero Hans Joachim Richter llegó antes de que partiera el barco con su esposa, pues se habían casado en ese mismo año.

Tras el feliz encuentro Luisa devela, en sus primeras impresiones al llegar a Venezuela, cómo la luz del Caribe desnudaba los cortes de tierra de la recién construida autopista Caracas - La Guaira para convertirlos en una gama deslumbrante de colores: inspirada en esta situación nacen sus obras de “Cortes de Tierra”, que impactó e influenció el arte venezolano, obras que la llevan en 1966 al Museo Guggenheim de Nueva York en la muestra “Emergent Decade.”

Llega a Caracas a la nueva urbanización Los Palos Grandes, venía de haber vivido la irracionalidad de la Segunda Guerra Mundial, pero pudo estudiar arte en la posguerra. Estos azares la hicieron crecer entre un intenso ambiente de reflexiones interiores que despertaron esa costumbre de reflexionar sobre sí misma, aspecto que se manifiesta en sus cuadros abstractos y collages, pues estamos ante una estética introspectiva. Como leemos en el Diccionario Biográfico de las Artes Visuales de Venezuela, en su formación el período más importante fue el que pasó entre 1948 y 1955, con su maestro Willi Baumeister, uno de los propulsores del abstraccionismo en Europa, en la Academia Nacional de Artes Plásticas de Stuttgart, Alemania. (Diccionario Biográfico de las Artes Visuales de Venezuela, Tomo No. II, Galería de Arte Nacional, 2005, p. 1127).

Si algo podría definir el sentido de estas obras es que potencian las pulsiones del existir; esta vocación la acompañó desde joven, de allí que su maestro Willi Baumeister, cuando Luisa estudiaba arte en Stuttgart, la llevó a participar en las clases de filosofía existencial de Max Bense que acentuaron su entrega al arte como amor a la reflexión, pues intuyó las motivaciones que la movían. Su primera escuela después de la II Guerra Mundial de fue la Escuela de Waldorf, fundada por Rudolf Steiner, creador de la antroposofía. Esta visión de la pedagogía y su visión del mundo estaban inspiradas en Johan Wolfang Goethe, al considerar el pensamiento como un órgano perceptor de ideas. Para Steiner podían ser antropósofos quienes sienten determinados asuntos sobre la esencia del hombre y del mundo como una necesidad.

Ante todo, para Luisa Richter el arte lleva al espectador al encuentro con la esencia de la realidad, de lo que se mantiene más allá del cambio. Eso que los místicos y filósofos hindúes llamarían escapar a la ilusión de maya para adentrarse en el alma del universo; una posición que se contrapone a la del filósofo presocrático Heráclito, quien afirmaba que lo único que se mantiene inmutable es el cambio. La abstracción que madura la artista va como un péndulo entre ambas posiciones, y esto se plasma en esa sensación de quietud dinámica que caracteriza su abstracción. Para ella la creación es ir más allá de ese constante devenir, para poder comprender nuestro ser y la esencia de lo que nos rodea, y, en base a estos postulados, desarrolla el carácter existencial de su estética plástica.

Al centrarnos en aspectos vitales de sus composiciones, como serían las tonalidades en sus pinturas, que se manifiestan en el uso de los blancos y grises, los colores y la mezcla de los colores y las atmósferas resultantes. Es esta una de las claves para adentrarse en sus pinturas y collages, pues la artista investigó, en los diversos museos del mundo, las obras de maestros como Leonardo Da Vinci, Goya, Ucello y El Greco entre otros, indagando en las tonalidades que los caracterizaban y la intencionalidad en su composición. Así crea sus propias tonalidades que son una huella indeleble en cada etapa de su lenguaje plástico, donde el dibujo ocupa un lugar primordial y se caracteriza su línea por su imprevisibilidad, el juego de grosores creadores de dibujos donde el vacío se hace presente, en una constante tensión entra la figuración y la abstracción, como deducción de la naturaleza que se acerca en ocasiones al espíritu de los ideogramas chinos.

Para acercarse a la concepción de belleza de la artista que vino de Besigheim, una pequeña ciudad medieval cerca de Stuttgart, Alemania, a los 27 años, es necesario tener como punto de referencia el espacio en que transcurre su vida; así, es importante la arquitectura de su hogar, pues ésta acentúa la luz incandescente del trópico a causa de la altura de las paredes y sus grandes planos blancos, donde el espacio es atrapado por la geometría y las paredes se hacen casi transparentes gracias a los ventanales que, como túneles de luz, llevan al espacio interior la visión de una intricada vegetación tropical que se hace casi táctil a la vista, como se puede apreciar en “El Instante Sostenido en un Eco”, 1987.

Y entre las sendas posibles para adentrarse en la intencionalidad de su obra, se encuentra su huella creativa y sus pensamientos en la serie titulada “Textos”, donde plasma meditaciones filosóficas que evidencian su concepción estética, en el Texto, 1989, un viejo plano arquitectónico de lo que podría ser su hogar, plasma pensamientos sobre estas relaciones. En esta hoja cuadriculada, con líneas y ángulos rígidos propios de estructuras arquitectónicas, la artista rompe esa dureza a través de trazos rojos que esquematizan un personaje, rodeado de caligrafías que transforman el sentido del plano arquitectónico en un plano sensible, donde las palabras develan pistas sobre las tonalidades presentes en muchas de sus obras:

“Paredes altas tiene la casa, y a veces la luz es de un blanco chillón; formando un marco para mí y mis cuadros . Se encuentra en una colina por encima de la ciudad, cuando el sol calienta ardientemente, Se absorben los colores y se percibe una escala de blancos deslumbrantes. Cordilleras semejan nubes, las nubes se transforman en montañas, y entra en la casa como reflejo en el espejo…”

Las tonalidades lumínicas de cuadros como “En la Continuidad”, 1970-1976, expresan el efecto de la luz sobre la realidad física que, por momentos, hace que las nubosidades se fusionen con las colinas. Las capas pictóricas de sus cuadros simbolizan la unión de los contrarios y llevan al espectador a espacios dentro del plano. Así como Mark Rothko que, a través de sus pinturas con tonalidades de un mismo color y sus gradaciones, manifiesta los ecos del espíritu, Luisa Ritcher refleja las vibraciones del Caribe que la seducen y son un gozo en su vida.

La profundidad pictórica convierte cada cuadro en ventanas a múltiples espacios y tiempos, de ahí deviene esa tensión sentida y meditada en cada pincelada pues busca transmitir al otro un diálogo interior que guía la acción de crear.

Y, de igual manera, como en la selva tropical se pueden observar diversas capas de verdes, en sus pinturas se pueden establecer tonalidades entre hechos abstractos que expresan una tensión dialéctica entre la cultura y la naturaleza.

Este resplandor entre trópicos ha atrapado el lenguaje plástico de varios maestros del arte venezolano, como ocurrió con Armando Reverón, donde la luz del Caribe trastocó su noción del paisaje al reflejar en sus lienzos este sentir que convierte el resplandor solar, al reflejarse en la mar, en una mitología personal.

Los títulos de las pinturas, dibujos y collages de Luisa son acertijos y sincronías que revelan el contexto vivencial que rodea el proceso creativo, pues toma muy en serio la significación de la palabra, y éstas pueden ser claves para acercarnos al sentido de sus obras. Tanto en la pintura como en los collages se encuentra también presente una recomposición de la realidad, de hacer sensible su complejidad, y las interminables interconexiones que se dan entre cada acontecimiento de nuestras vidas, lo que se ha asumido en la física y filosofía como el efecto mariposa, frase inspirada en reflexiones clásicas sobre cómo el aleteo de una mariposa puede afectar el universo. El cine ha plasmado esta sucesión de efectos a través de historias o espacios y tiempos interconectados que generan las acciones de la trama que se ha visto plasmada desde una perspectiva visual y poética en películas como “Babel”, dirigida por Alejandro González Iñárritu, con guión original de Guillermo Arriaga.

La década de los 60, y especialmente en año el 1968, fue otro período histórico importante para Luisa Richter. Son años donde surge la utopía del movimiento hippie, con su mítico retorno a lo edénico a través del amor libre, la no violencia, el redescubrir la sacralización de la desnudez, y la expansión de la espiritualidad occidental que se nutrió del hinduismo y el budismo; un período donde también hubo un vuelco a rituales iniciáticos sociales, como se reveló en el festival de música y rock de Woodstock, que tuvo lugar en una granja de Bethel, Nueva York, los días 15, 16 y 17 de agosto de1969, y que fuera una manifestación cultural que expresó un renacer de los impulsos dionisíacos en la civilización occidental para convertirse en mitos de la modernidad.

En esa década se respiraron por algunos años aires de liberación y transformación. En Venezuela gobierna desde 1964 Raúl Leoni, a quien tocará enfrentar la insurrección armada contra el gobierno, la misma que luego desmovilizará Rafael Caldera al decretar la amnistía general. Este es un año electoral para los venezolanos y gana las elecciones presidenciales Rafael Caldera, del partido socialcristiano COPEI, por pocos votos; de aquella fecha es célebre la frase de su adversario, por el partido Acción Democrática, Gonzalo Barrios: “Prefiero una derrota dudosa a una victoria sospechosa”. Y en Caracas se instituye una experiencia única en nuestra historia cultural, el Instituto de Diseño Neuman, al que Luisa Richter se incorpora en 1969 ejerciendo hasta 1987 como profesora de dibujo analítico y composición; una experiencia pedagógica que tuvo mucho que ver con la entrega a la artista del Premio Nacional de Artes Plásticas y el Premio de Educación en Caracas en el año 1981 y 1982, ya en 1967 había recibido el Premio Nacional de Dibujo y Gabado, obtenido en el XXVIII Salón Oficial.

Desde 1963 la artista crea collages, que cada vez toman más relevancia en su obra, de ahí la importancia de su definición: Cuando estudié en la posguerra en 1946 caí en la Academia Mertz, en Stuttgart, Alemania, pues todas las escuelas habían cerrado por el proceso de desnazificación, nuestro maestro vio que todos teníamos entusiasmo por el arte y dijo: “Miren el piso, tierra, tierra, tierra junto a las hojas del árbol de otoño y ahora rompemos nuestros tickets del tranvía y al arrojarlos al suelo, eso que vemos es un collage. Esa fue la primera noción que tuve del collage como mezcla de situaciones. Y entonces en los setenta se me ocurrió mezclar trabajos que tenía guardados, guaches, litografías, trazos y serigrafías y mezclando encuentros casuales los reuní y ahí nacieron los collages, hacer aquello me llenaba de felicidad. Incorporé las fotografías porque ellas por si solas me aburrían, entonces las metí en situaciones que se dieron… “

Luisa Richter, testimonio, 2009

Si algo sorprende en los collages es su diversidad de elementos y técnica, que integran litografías, fotografías, recortes de dibujos y guaches que se armonizan para crear un discurso visual donde la multiplicidad genera una dialéctica que va del caos al orden.

Los elementos plásticos y simbólicos que los integran son determinados por las vivencias de ese instante creativo para quedar atrapados en calidoscopios de belleza.

Un buen ejemplo de ello es el collage “Historia Actual”,1985 de formato circular, que atrae así la significación de este elemento geométrico como totalidad, perfección y unión de opuestos; en su interior franjas compositivas transmiten profundidad visual al plano. Uno de sus centros visuales es un caracol petrificado que transmite la idea de laberinto, detrás de él está el rostro de Orfeo entre estructuras geométricas sensibles.

En términos simbólicos se unen en la obra dos complejos mitológicos de la tradición clásica griega, el del laberinto de Minos, donde se encontraba el minotauro, y el del dios de la música, Orfeo, que con su arpa era capaz de hacer cantar a las rocas, lo que nos lleva a la musicalidad de las composiciones de la artista, donde las tonalidades son melódicas; esto nos conduce a una de las pasiones de Luisa, la música, y el deleite que sentía cuando tocaba piano. Dos de sus compositores predilectos son Beethoven y Mozart.

La artista asocia esta musicalidad alrededor de Orfeo, deidad relacionada tanto a Apolo como a Dionisio, a la racionalidad y a la irracionalidad, a lo que llamaría Nietzsche en “El origen de la Tragedia” los instintos primaverales. En esta pieza se afirma la unidad de las artes visuales con la música, pues generan ambas un diálogo interior en quien se confronta con ellas; y este es uno de los impactos sensoriales inmediatos de la música, el simbolismo de esta arcaica deidad está vinculado a la exaltación que genera la música.

En estos collages se encuentran estructuras geométricas que representan a la tierra y nos guían por el mito, pues Orfeo bajó al Hades homérico a tratar de arrebatar de su destino entre sombras que se van disolviendo en la nada a su amada Euridice, pero no logra rescatarla del Hades y se convierte en un el alma atrapada en el olvido.

Cada collage propone múltiples lecturas que aportan una gran riqueza estética y conceptual a la serie, para enfrentar al espectador el gozo que sintió la artista al recuperar estos retazos de vivencias y robarlos al devenir. En este lenguaje personal cada uno de ellos es resultado de reflexiones, sensaciones, sentimientos y sincronías donde se encuentran elementos que son casi una constante en contextos diferentes como, por nombrar uno, las sillas antiguas, y que tiene su origen cuando hizo litografías.

Uno de esos días Erich Münch le pidió lavar unas piedras litográficas, pero le gustaron tanto las sillas que, en lugar de borrarlas, imprimió una serie de litografías que en el presente se plasman en sus collages, como un elemento propio.

Entre las obras con las que representó a Venezuela en la Bienal de Venecia de 1978 presentó la serie “Hojas de mi Diario”, formada por sesenta collages de pequeño formato, además se presentaron doce óleos de gran formato titulados “Espacios Planos”, “Textos” sobre arte y espacio planos.

Luisa Richter no da mucha importancia a los elementos que integran sus collages pues los ve como una unidad; y de ellos destacan unos donde la fotografía ocupa en la composición un lugar dominante, son imágenes en blanco y negro, rotas o completas, que nos acercan a la empatía cósmica que mueve su obra; en varias de ellas desnudos femeninos se encuentran en un jardín o montadas en árboles, y las posiciones que asumen tienen una intencionalidad que trasciende lo erótico, tal como se muestra en el fotocollage en el que una joven desnuda abraza con vigor un árbol, destacando sus manos, imagen que a su vez se encuentra rodeada de otras manos tocando un instrumento de cuerda en inimaginables posiciones, transmitiendo un sentido de cómo las manos, en unión al organismo, son una de las vías de humanizar la realidad.

Así enfatiza cómo a través de nuestra corporeidad y espiritualidad la humanidad es capaz de crear dimensiones sublimes como la música y las artes visuales.

De estos collages con fotografías destaca uno en el que aparece una joven amarrada con una manguera, dando una doble significación, la de los mitos de creación griegos donde la Diosa Madre y los cultos gnósticos de los ofitas, adoradores de serpientes, que también sacralizaron a los ofidios, y que en la contemporaneidad puede estar asociada dicha imagen a la necesidad de liberación de la mujer, debido al amarre opresivo que provoca la manguera.

“En el principio Eurínome, la diosa de todas las cosas, surgió desnuda del caos, pero no encontró nada sólido en que apoyar los pies y, en consecuencia, separó el mar del firmamento y danzó solitaria sobre sus olas. Danzó hacia el sur y el viento puesto en movimiento tras ella pareció algo nuevo y aparte con que poder empezar una obra de creación. Se dio la vuelta y se apoderó de ese viento del norte y he aquí que surgió la gran serpiente Ofión. Eurínome bailó para calentarse, cada vez más agitadamente, hasta que Ofión se sintió lujuriosa, se enroscó alrededor de los miembros divinos y se ayuntó con la Diosa”.

Robert Graves, Los Mitos Griegos, Tomo 1, Alianza Editorial, España, 1992, p.29

Las fotografías de los collages evocan una intencionalidad, así en una de ellas un cuerpo femenino se mueve libre en el ramaje de un árbol, entre un fondo intervenido con litografías y pictóricamente creador de una visión paradisíaca, espíritu que también se manifiesta en su obra pictórica abstracta. De esta manera crea la artista, entre pinturas y collages, un universo de belleza pleno de significaciones y vivencias que transmite a través de su arte al espectador.

“Pintar era y sigue siendo, un andamio hecho por mí misma, en el que siempre he podido sujetarme y en el que aún hoy puedo balancearme” Luisa Richter, Ocurrencias en mi Diario.

Septiembre 2009