Bélgica Rodríguez

La impresión a los sentidos, ideas o recuerdos, es una definición de emoción. Es, precisamente, la que aborda como tema un artista joven y polifacético como Enrico Armas. El no se escuda en un motivo reconocible, por ello es abstracto. Pero sí trata un tema intangible resuelto en las transferencias posibles del estado de ánimo emoción, a partir de una estructura plástica basada en color, graffiti y signos reconocibles, por ello es figurativo. Lleno de vida, de energía y de encantamiento por pasiones germinadas en las pasadas siempre primaveras de la intensa vida familiar de la infancia, aborda la creación con espontaneidad y, sobretodo, con humildad.

En 1987 Enrico Armas, quien a los dieciséis años hace su primera exposición, realiza una escultura en cobre tejido, titulada Número 1, que bien podría considerarse como antecedente de la constante que se percibe en su obra: una configuración espacial oscilante entre lo abstracto y lo figurativo. Esta constante, que caracteriza el trabajo que sin tregua realiza desde mediados de la década de los noventa, debe ser analizada a partir de formas continuas desarrolladas en diferentes tramas lineales, en la valorización de la mancha de color, en el graffiti como signo contextual de contemporaneidad y en el espacio pictórico, siempre estricto y a la vez espléndido. La riqueza visual de la superficie del soporte, demuestra destreza técnica y el concepto de la antiforma como generadora del carácter de una generación que se sitúa en la edad post-modernista, sin que podamos hablar de un antes o un después de la modernidad, bastaría como ejemplo Arco Tricolor, 2003, pintura presente en esta exposición.

Ánimo Interior es el título de la serie de pinturas del 2003. Cada una con nombre propio y personalidad plástica definida que enriquece el desarrollo de la obra de Armas en el último decenio. Una belleza posible, cierta, inmediatamente perceptible gracias a la intensísima fuerza del color, a la temporalidad del signo y a una necesidad de explicar lo pictórico a través de sus propios medios y valores. Testimonio de un tiempo presente, testimonio de un comienzo de milenio, la suya es una pintura que denota el vacío de una energía que margina toda muestra de sentimentalismo, sin dejar de lado el apasionamiento hacia la imagen abstracta, a la vez onírica, a la vez sublime.

Hablar de figuración es cuesta arriba cuando toda referencia a ella aparece desconectada entre sí y sólo podría reducirse a ejes monitoriales conductores de estructuras pictóricas. Los objetos no son reales. Caballos, ramitos de flores, ventanas, cafeteras, no son más que imágenes coadyuvantes del color y de aquello que mencionábamos al principio, de la emoción. Transferencias con las que construye un expresionismo barroco pictórico notable, entendido en términos de vanguardia, más allá de sus límites sensatos.

No es difícil encontrar en esta nueva serie de pinturas de Armas, referencias a ciertas imágenes del boom literario latinoamericano de los setenta y ochenta. Imágenes poéticas que pueden leerse como la guerra del lenguaje pictórico y el lenguaje simbólico. Metáforas de hibridaciones atormentadas que se convierten en una poética expresiva que elimina toda referencia al mundo natural aun cuando sean reconocibles en el universo cotidiano del espectador. No es un espacio extraño; como tampoco es una definición legítima de manchas de colores que se posesionan de él y lo hacen visible. La serie, a partir de aquellas que realiza en los últimos cinco años, formula una familia pictórica que crece a cada año como organismo vivo y también mágico.

Con convicción, Enrico Armas hace honor a la pintura. El atrapa la realidad por cualquiera de sus fragmentos. Especialmente aquellos que, con emoción transfieren definitivamente a memorias y retazos autobiográficos, no solo personales sino también plásticos. No es acaso el caballo una imagen emblemática en la realidad artística de Armas? Para él no existe la forma convencionalmente concebida; existe su presencia visible gracias al poder del trazo del color que ordena la luz, al de la mancha que estructura el plano. Planteando identidades parcelarias de lo real, lo onírico y lo imaginario, las posibles contradicciones entre imagen y color, ilustran la fortaleza de una pintura que se sitúa en espacios estratégicos ordenadores de códigos previstos en lo que quiere y lo que piensa el artista, Caballo en tres colores y Sentimiento en Amarillo, pueden ser buenos ejemplos. En resumen, se nos presenta una pintura que, por un lado está llena de referencias a la historia del arte y por otro como la fusión de la modernidad con una profunda conciencia histórica.

Como pintura liberada de todo carácter convencional, Armas se sirve del objeto fetiche. En el juego visual con el objeto, caballo se convierte en ventana o portal y cafetera en NO, como en Sentimiento en Amarillo. Es la apoteosis de la función circular de los elementos pictóricos y temáticos. El color actúa como catalizador de la estructura. La generosidad con la que ha sido aplicado para ordenar la capa pictórica, convierte la imagen reconocible en luz incandescente gracias a una leve raspadura sobre la materia-color-texturada.

No solo porque está pintada sobre la superficie pintada, sino también porque está grabada sobre la materia espesa del acrílico. La explosión colorística, rica en rojos, amarillos, verdes, azules, es referencial a la presencia de una abstracción junto a una figuración blanda que la complementa. Se trata de un juego hermético a ser descifrado por el espectador, quien podría apreciar un paisaje visto de manera omnisciente, es decir, que desde su perspectiva cenital observa una síntesis paisajista como escritura natural concebida en términos visuales.

En Ánimo Interior Armas explora un discurso no explícito siguiendo razonamientos teóricos. Producto puro de su cultura personal y contextual (se dice que es autodidacta, pero ello no resulta cierto en la vida de un joven que creció y se educó en un medio altamente intelectual y artístico), su obra conjuga la necesidad de no conferirle sentido a una lectura determinada, ella deja libertad para asumir un discurso múltiple. Le teme al vacío; así las múltiples referencias plásticas al espacio pictórico es explícita, en el sentido de proponer un nuevo arquetipo visual de la convencionalidad pictórica. Entonces, el caballo, belleza animal incuestionable que utiliza como imagen fetiche desde sus años de adolescencia como escultor, pasa a primer plano junto a los trazos de color.

Armas es un artista joven, que se plantea, como debe ser, una querella entre dos planos significativos visuales y técnicos, asunto conceptual que lo motiva para dilucidar dos categorías estéticas: abstracción y figuración.

Bélgica Rodríguez
Caracas, Octubre 2003