Bélgica Rodríguez
No es banal que Karem Arrieta a esta exposición la haya titulado Paradiso. Como tampoco lo es que esta nota se titule Meditaciones y Nostalgias. El primero viene de una preocupación y una lectura de Marcel Proust referente a la perdida de la infancia como paraíso perdido (?) o, como decía el escritor francés, la pérdida del paraíso que ella representa cuando definitivamente se ha perdido, siguiendo a la artista. Un tema trajinado en la serie de retratos-niños de creadores universales como Picasso, Frida, Pessoa o el mismo Proust, o en los retratos de familias anónimas invadidos por la meditación y la nostalgia. El segundo corresponde a los valores formales y conceptuales que esta obra representa en un momento en que la pintura enfáticamente figurativa, intimista y autobiográfica, ha devenido en una propuesta valiosa después de las estridencias de otras expresiones del lenguaje plástico.
Al espectador le impacta la magia de las imágenes de niños recortadas sobre un telón de fondo, donde en cuadricula real aparecen repeticiones de la misma figura siguiendo una fidelidad irremediable hacia la figuración. Para Arrieta la recuperación de aquel paraíso perdido significa que nada ha cambiado después de la infancia. La retención de la escena en la memoria, a modo de cuadro vivo, lo manifiesta plásticamente. La extraordinaria fascinación mediativa por las impresiones de infancia que vuelven a la vida en escenas casi míticas, aunque solo visualmente. Niños que no reflejan sus emociones, retratos congelados en el tiempo y en el espacio. Ellos, estacionados en una atmósfera de ausencia y rodeados por objetos propios de una parte de vida, están envueltos por un clima afectivo de baja temperatura.
Imaginación y realidad volcadas en una presencia temática conscientemente perdurable, le permiten imprimir a la superficie de la tela una fuerza plástica que radica en la forma orgánica completa, en la preocupación por el dibujo perfecto y en la experimentación con el color contenido en ella; así le otorga un valor casi simbólico. Sus temas son visiones que se imponen como imágenes permanentes, a la vez como ilustraciones tendiente a lo naif, de un momento significativo de la existencia real del ser, muchas veces queda congelada en la memoria, para emerger en una situación de irrealidad.
En los retratos de seres anónimos, de hermanitos, desconocidos para el que mira, pero en los que se reconoce como niño, no se trata solo de la representación de un momento de la existencia, sino de un tema explícito en su contenido y su propuesta formal.
Los niños no juegan, están estáticos, mirando al espectador, enigmáticos y hieráticos. Tema cuyo contenido, la ausencia, la nostalgia, la meditación, está exagerado en el énfasis significativo de los dos planos que compiten en la precisión rígida de las formas, característica plástica de esta pintura de Arrieta. Estas formas, contenedoras absolutas del color, ordenan el espacio pictórico de manera rigurosa. Los dos planos no se confunden. Delimitados como están en un primer plano que aloja las figuras de niños y avanza hacia el espectador para hacerle participe de sus circunstancias, por ejemplo, una primera comunión, una conversación con un ángel guardián, un balanceo en un caballito de madera. El otro plano, el de fondo, empuja las figuras hacia afuera, delimitando su función formal en el sentido de establecer una relación visual ambigua y competitiva con las figuras de los personajes. A pesar de que por sus dimensiones ocupan gran parte de la superficie de la tela, establecen una competencia visual con las pequeñas figuras de animales, caballos, vacas, gatos o cerditos, que por repetición insistente se hacen presencia avasallante.
El carácter enigmático e inquietante de los personajes, oscila entre lo angelical y lo perverso, entre lo inocente y lo maligno. Como los personajes de un pintor como Balthus, los de Arrieta son niños con historias, con pasados, todo descrito abstracta y simbólicamente en torno a las figuras centrales y lo que alrededor de ellas se mueve, las figurillas de animales, pelotas, juguetes y muchos otros objetos propios del universo infantil. La historia, el pasado, se intuyen y junto al presente, el momento que representa la pintura, está estructurado plásticamente siguiendo un orden visual que rompe con esquemas convencionales; las figuras principales en el centro están sostenidas por otras que en su pequeñez y repetición se vuelven a su vez principales y las que flotan en el espacio. Aquí lo real, de serlo tanto, conduce a un planteamiento inscrito en un neo-surrealismo, que propone, en este caso, una voluntad simbólica de las formas y su misterio. El problema estético lo resuelve con al reinvención de la realidad, muy en consonancia con planteamientos de la pintura actual.
Karem Arrieta ya posee un lenguaje propio. Su vocabulario visual, forma, color, dibujo y composición, a primera vista parece sencillo. Sin embargo la complejidad estructural de la superficie pictórica conduce a una reflexión estética. Cada una de las formas y figuras tiene significado particular. Para no caer en el caos compositivo, su colocación en el lugar exacto, precisa de cierta maestría para ordenar un espacio pictórico cargado de elementos que evidencian el horror al vacío. La superficie se sostiene por un equilibro armonioso invadido por la impresión de un movimiento suspendido en no se sabe que tiempo. Entregado a todas las interpretaciones posibles, el tema, incisivo y desafiante, muestra una infancia colectiva, la de todos. La carga dramática contenida en la aparente dulzura de los rostros no dejan traslucir sus emociones, es la contención de lo que no se puede decir, de un momento de vida que no se repite pero deja huellas indelebles en la mente y el corazón. Una bicicleta, un ángel, un balón, un juguete, una mascota, partes de una parafernalia inquietante existencial, marcan un momento ya muerto.
La mirada de los niños, dirigida directamente al espectador, cautiva, invita a invadir un espacio personal propio. Una atmósfera de nostalgia se apropia de toda la pintura. Arrieta hace gala de proponer un planteamiento temático abstracto a través de formas significativamente figurativas, a la vez que experimenta y transgrede los recursos plásticos, pero manteniéndose deliberadamente fiel a los valores tradicionales de la pintura. He aquí el valor del trabajo pictórico actual de Karem Arrieta.
Caracas, Venezuela
Febrero del año 2002
Bélgica Rodríguez
Crítico e historiadora de arte, docente, curadora e investigadora en arte latinoamericano. MA, Courtauld Institute of Arts, Universidad de Londres y doctorado en historia del arte, La Sorbona, París. presidenta honoraria de AICA internacional. Directora de la Galería de Arte Nacional, Caracas, Venezuela y del Museo de Arte de las Américas OEA Washington, D.C. USA entre 1984/1994. Tiene numerosas publicaciones y asistencias a congresos en el campo del arte.