Bélgica Rodríguez

El significado del arte es mucho más complejo que el justificar su existencia. Primeramente son aquellos elementos formales que, definiendo una expresión estética, llevan a la valoración de un significado resumido en un tema dado, el que al final es lo que menos importancia tiene en la presunción del trabajo del artista como una obra de arte representativa de la traducción en imágenes de su visión plástica del mundo. Por otro lado debe ser la suma de emociones espirituales con conceptos intelectuales, la consecuencia de una sensibilidad propia, de un conocimiento exhaustivo de la historia del arte y de un contexto humano y cultural. Por todo esto, generalmente se hace difícil reducir una producción artística resultado del trabajo de una personalidad creadora a compartimentos estancos ligados o no a la historia del arte y de las ideas. Cada artista desarrolla su estilo sin que fuera de él hayan leyes fijas que lo gobiernen. La libertad es la plataforma fundamental de la creación. En este sentido, un pintor como Carlos Tapia, joven, talentoso, gran trabajador y perseverante con sus propios ideales estéticos, ha desarrollado un estilo que le pertenece, una estética profundamente propia que le ubica en una vanguardia personal en el arte de estas dos últimas décadas. La suya es una pintura de efectos teatralmente plásticos, llenos de humor e ironía y de compleja simplicidad, valga la definición un tanto contradictoria.

Las arquitecturas imposibles de Carlos Tapia no son transcripciones de una realidad vivida. Ellas son aquellas asociaciones privadas que le corresponden en la fantasía de su universo subjetivo. La trayectoria de este artista costarricense ha estado marcada por la constante de un “paisaje urbano” representado a partir de perspectivas cenitales y escorzos que se proyectan desde fuera del soporte hacia el interior de la pintura. Es la mirada omnisciente del “Voyeur” que colocado arriba del foco de acción de las estructuras arquitectónicas, las deforma y convierte, prácticamente, en caricaturas de ellas mismas. Una de las características más directa es la violencia cromática con la que invade hasta el más pequeño segmento de la composición, siempre organizada en ritmos orgánicos y sinuosos. La visión del artista se concreta en atmósferas de ciencia ficción que condensan actitudes psicológicas y visuales de una sociedad que llegó trastocada al siglo XXI.

La pintura de Tapia es una suerte de anagrama resuelto a partir de la topografía laberíntica de un segmento urbano seleccionado en el banco de imágenes que reposa en la memoria. No son reales, menos los gatos que en sus rincones pululan y se enfrentan al espectador como queriendo defender un territorio inexpugnable. El artista explora axiomas secretos de significados kafkianos escondidos en paranoicas arquitecturas de vértigo. Pero también estas arquitecturas imposibles albergan conversaciones del silencio. Están allí, cosificadas en un espacio metafísico sin tiempo. Espacio cargado de contornos definidos por la fuerza cromática de un color aparentemente sin discurso visual coherente. Sin embargo, esta fuerza cromática testifica la realidad misma de la pintura, es lo más cierto que la habita. El color juega papel fundamental. Una amplia paleta dominada por rojos, amarillos y verdes, aplicados metódicamente sobre las múltiples zonas de diferentes dimensiones, divide la estructura total en fragmentos caleidoscópicos expresados en los esplendores de brillantes colores del trópico y de la espléndida artesanía centroamericana. No sería descabellado relacionar la fuerza cromática de Tapia con la decoración de los exquisitos objetos de la artesanía costarricense, a la vez que se emparenta con la pintura de coloristas como Henry Matisse con su carga decorativa y también con la expresión de violencia psíquica y física del color visual de van Gogh. No puede faltar aquí mencionar el humor que permea este trabajo. Tapia es un hombre de un fino humor que representa en su obra con profunda sutileza, tal vez los gatos sean personajes de esta iconografía simbólica que impone una acción específica como inventario personal de vida cotidiana.

Una extraña composición, a veces agresiva en su disposición sobre el soporte, hace imperativo que el color rebase las fronteras de lo convencionalmente aceptado en circunstancias artísticas académicas. Si fuese necesario ubicar esta obra en contextos estilísticos correspondientes a las vanguardias históricas, por la fiereza y exultación cromática compartiría banco con el más exacerbado expresionismo; mientras que por la composición, aparentemente dislocada por complejos escorzos y ejes estructurales arbitrarios, estaría ubicada en un espacio metafísicamente significativo en perpetuo movimiento. El acto de pintar es en Tapia acto épico que se traduce en “espectáculo” visual. Las formas trascienden los límites del soporte para proyectarse al infinito igual que rayos de colores perceptibles solo a la imaginación del que mira. La calidad plástica es completa, lo que el artista desea expresar está allí respetando todas las reglas de la buena pintura.

Carlos Tapia crea pintura y la vive como experiencia sensible personal. Arquitecturas Imposibles son realidades no posibles, pero siempre previsibles en el imaginario colectivo. Esta obra, al final, corresponde a testimonios de la presencia del Ser, como forma abstracta, como forma gato, como forma tigre u otra cualquiera que la mente puede inventar, a pesar de su evidente figurativismo seguirán siendo invenciones del artista. Desde lo más profundo de su inquietud creadora, él propicia un encuentro de pasiones evocativas ligadas a universos poblados de elementos y formas donde no se concibe la agitación ordinaria de la cotidianidad.

Bélgica Rodríguez
Caracas, septiembre 2011