Lo más importante....
Es sorprenderme a mí mismo
Una conversación con Asdrúbal Colmenárez
Asdrúbal Colmenárez es un celaje: medio sonríe y ya está bien lejos. “Hace poquito andaba por aquí”. Puede esfumarse en su taller de la parroquia El Recreo y aparecerse en su casa de Choroní. Y no faltará quien lo mire tomándose un café en un bulevar de París.
Asdrúbal parpadea y en ese brevísimo tiempo ha terminado un cuadro, ha desandado un laberinto o ha expresado varias ideas. Él es, qué duda cabe, un movimiento constante y continuo en función del arte. Su agilidad física sólo acusa sometimiento ante su velocidad mental: tiene respuestas profundas en la punta de la lengua.
Su creatividad es como un nerviosismo: no se detiene ni cuando está dormido. Este trujillano que ha pasado la mitad de su existencia en Francia, es un artista coherente en su expresividad, lo que viene a ser la misma cosa que su manera de ser y de pensar. Le interesa la creación del arte que refleja la historia de la ciudad simultáneamente con el devenir de la cultura y el fermento de las pasiones humanas. El pinta sus ideas y hace esculturas con ellas.
La vida, las inmensas y frágiles facultades de la naturaleza, la libertad; el hombre trasladándose, el hombre luchando; las palabras y las imágenes yendo de un lugar a otro, la metamorfosis de la imaginación: todo eso fertiliza su amorío de creador. Pero la ciudad y sus signos que siempre son una florescencia de los sentimientos a través del arte, están ahí, en su obra, como un excitador de la memoria.
El mundo y la historia de la cultura humana se muestran en cada cuadro y cada cuadro es como un mapa de sensaciones donde los símbolos de la sabiduría conforman el alfabeto del alma. Una sola ciudad es un collage poético, filosófico, sociológico y sólo la mirada del arte define su historia y anuncia las formas de libertad o de padecimiento que cruzarán las calles del futuro.
“Si la ciudad se extingue, los artistas serán los primeros en desaparecer con ella. La ciudad es su hábitat natural, su ecosistema”, decía el artista colombiano Gustavo Zalamea.
No hay obstáculos que valga
Asdrúbal Colmenárez es un artista que investiga minuciosamente cada vez que se empeña en abordar un tema. Esa característica debería ser un gaje del oficio artístico, aparte de la intuición y la espontaneidad, pero en él resalta la investigación exigente porque es un lector intenso, además de haberse formado como amante del teatro y de la cinematografía que experimentan y conmueven. Nada de raro tendría tanta disciplina si no fuera por un pequeño detalle: Colmenárez es disléxico.
Es un lector disléxico que asume la lectura fuerte, que tiene predilección por los grandes autores como Homero, el Dante, Shakespeare, Goethe, sin dejar de leer a otros escribidores sublimes de la talla de Juan Rulfo, Cortázar, Arguedas, Dostoievski, Kafka; y a filósofos como Kierkegaard, Hegel, Sartre, Martin Heidegger. Colmenárez estudió en la Universidad de Vincennes con Frank Popper, de quien fue asistente; también conoció a Jean Paul Sartre. Ya lo ha dicho: “ Yo llegué a una Universidad donde estaban Lacan, Foucault, Lyotard, Gilles Deleuze y muchos otros tipos”.
Por una especie de trastabilleo en el acto de recordar, Colmenárez señala casi siempre a los personajes como “tipos”. A veces no recuerda sus nombres y anexa un dato clarificador: “el tipo aquel que escribió La náusea”.
“Yo conocí personalmente a un tipo que rechaza el Premio Nobel; un tipo que se llama Jean Paul Sartre, que marcha con los obreros de la Renault…”
Y señala la importancia de que alguien como Sartre tenga ese gesto de marchar al lado de los trabajadores en conflicto con la Renault. Aunque Sartre contaba con su admiración, no podía compararse con lo sumado por Heidegger al conocimiento. Un día lo comentó: Martin Heidegger era el filósofo más brillante del siglo veinte, pero se decepcionó cuando supo que había sido un colaborador entusiasta del nazismo
Colmenárez trata de comunicarse con sencillez y transparencia. Fue profesor de Arte Contemporáneo en la Universidad de Vincennes y sus alumnos deben haber agradecido esa claridad y ese amor por comunicarlo todo con fluidez.
Uno de los profesores que estuvieron allí, haciendo brillar aquellas aulas fue Gilles Deleuze, quien aseguraba que “Un acto de creación no tiene relación alguna con la comunicación. Un acto de creación se asemeja mucho más a un acto de resistencia, porque va contra los canales de comunicación establecidos, porque rompe con ellos y abre una nueva vía al pensamiento”. Invocando ese espíritu se inicia esta conversación.
-Sus búsquedas siempre atrapan al espectador. Usted asombra al espectador cada vez que se aparece con una propuesta. En esta ocasión ¿cuál es el tema?
-Para mí lo más importante no es sorprender al espectador. Para mí lo más importante es sorprenderme a mí mismo, porque yo creo que el artista no debe hacer una obra, el artista debe hacer creación. Este es mi punto de vista. El primer sorprendido con lo que consigo soy yo. El artista no hace nada en una torre de marfil. Uno es parte de una sociedad, de un conglomerado, de un país.
La exposición que ha organizado este año en la Galería Medicci se titula
“Des-trames”. La tela deshilachada finamente se transforma en una suerte de transparencia, de portal que conduce el ojo hacia otra dimensión. La tipografía de todas las lenguas, los mapas, los números, el grafiti, la atmósfera de lo urbano inspiran otras miradas y fecundan una especie de misterio, quizás porque hay algo oculto en esa suerte de espejo.
-La tela deshilachada, que sirve de ventana o de visor, de espejo o transparencia, ¿cómo surgió?
-Es una tercera dimensión, así como la visión mía con los colores es mala porque soy daltónico, también hay como una tendencia a aplanar las cosas. Los paisajes yo los aplano, entonces, con esa falla uno trata de conseguir lo que le hace falta. Ahora yo consigo una tercera dimensión…yo trato de descubrir tres dimensiones en la bidimensionalidad. Que sería un poco aquello que dijo Alicia en el país de las maravillas, de pasar al otro lado del espejo. Yo quisiera pasar y que otros pasen. Hace muchos años vi una obra de Goya donde había pintado mantillas. Cuando él hacía las mantillas, de un tejido muy particular, sacaba la forma de ese tejido con un estilete que debe haber sido muy fino. De ahí puede venir una referencia inconsciente. El cerebro acumula cosas y las respuestas no se dan de inmediato sino mucho después. Recuerdo también que en las enseñanzas de las amigas mías, cuando estaban en el colegio de monjas, hilachaban para hacer pequeños mantelitos y después tejían…hay cosas así. Como el cuadro de Lucio Fontana cuando él lo corta…
(«Yo no hago agujeros para destruir el cuadro. Al contrario, hago agujeros para encontrar otra cosa…» decía Fontana).
Ya lo ven: es disléxico pero se ha topado con los autores más determinantes de la literatura universal. Es daltónico pero pinta. Los hombres daltónicos no ven el rojo ni el verde. Las obras que él ha creado para sus ojos son diferentes a las que los espectadores miran.
El filósofo Witold Gombrowicz tocó el tema de los artistas con algún tipo de impedimentos físicos y para ello usó lo que decía Shopenhauer:
“Schopenhauer considera que la contemplación del mundo «como si fuera un juego» es absolutamente superior a la vida. Lo demuestra de una manera muy ingeniosa. El artista es aquel que contempla el mundo y queda maravillado con él. Ahora bien, en este sentido, el artista se parece a un niño, puesto que el niño también se maravilla del mundo de una forma desinteresada”.
“Schopenhauer dijo muchas cosas respecto al tema del genio, por ejemplo, que éste no puede vivir de forma normal; el artista tiene siempre algún impedimento: enfermedad, anormalidad, achaques, etcétera”.
“Podemos observar a fenómenos como Beethoven, quien, personalmente, fue un histérico y un ser desgraciado, pero que tan bien supo expresar en su arte la salud y el equilibrio, sin duda porque carecía de ellos”.
Volviendo al caso de los destramados que muestra en su obra de este año, Colmenárez hace referencia a la anamorfosis, una técnica que los pintores del siglo XV usaban para colocar en algún lugar del cuadro una figura escondida.
Muchos han olvidado la antigüedad de la anamorfosis porque llegó a convertirse en un efecto usado hasta por los medios impresos en sus páginas de entretenimiento: “busque la cara oculta” y cosas de esa índole. Pero Colmenárez rememoró la anamorfosis al meditar sobre los destramados.
Su curiosidad y su capacidad de asombro nunca se agotan. Por eso sus obras contienen la experiencia y la sensibilidad de toda una vida y la frescura de quien jamás pierde la emoción del oficio.
-¿Su momento de más placer sigue siendo cuando termina una obra o cuando surge una idea para comenzar con una nueva?
-La satisfacción no es terminarla: es estar contento del resultado. Muchos amigos míos dicen que es un placer tan grande como el orgasmo. Uno se alimenta finalmente de eso, de las satisfacciones porque los artistas nunca son ricos, nunca tienen plata. Pero yo creo que a los banqueros esa satisfacción no les llega…sería algo injusto ¿no?
Se ríe. El maestro Colmenárez ha disfrutado ese comentario, como quien ha probado un trocito de chocolate relleno con mayo francés.
-No sé si el arte se comporta como un reciclaje de añoranzas, pero a veces me parece que una obra suya de cualquier época, las contiene a todas, aunque no se parezcan.
-Mi obra es una acumulación de cosas y como soy yo mismo quien mete esas cosas, hay un hilo conductor…
-Su infancia, su adolescencia, sus imágenes trujillanas ¿se cuelan de algún modo en su trabajo?
-Uno se nutre de la infancia toda, de la añoranza. Aunque a partir de ahora los niños van a dar trabajo a los sicoanalistas. Los padres se ocupan menos de ellos por cuestiones de sociedad y de tiempo. Sin embargo la infancia te marca…ahí está como ejemplo el recuerdo que inundó al personaje de Proust cuando probó el pastelito ese que había comido en la infancia… la cuestión aquella que escribió Proust en el primer volumen del libro. - En busca del tiempo perdido- dice al maestro Colmenárez y trae a colación el conocido pasaje del panecillo dulce llamado madalena o magdalena. Y valía la pena meter a Proust en la conversación, porque Asdrúbal no sólo estaba atrapado por la añoranza del texto: él también ha degustado ese panquecito dulce hecho con harina y mantequilla:
“Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llaman
magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de
peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y
por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los
labios unas cucharadas de té en el que había echado un trozo de
magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas
del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo
extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me
invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las
vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y
su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor,
llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no
es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme
mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme aquella
alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del
té y del bollo, pero le excedía en, mucho, y no debía de ser de la
misma naturaleza”.
Asdrúbal Colmenárez
Marzo 2012
Colmenárez disfruta con fresco entusiasmo la narrativa y la poesía. He ahí uno de sus placeres, aparte del que consigue materializando sus obras.
¿En qué lugar del mundo le gustaría ver instaladas sus esculturas?
-Hay esculturas mías en varias partes. ¿En qué lugar del mundo? ya las tengo, creo. Hay una en Colombia, hay esculturas mías en Corea del Sur. En Japón, en Caracas…en medio mundo. Pero lo importante no es el lugar donde se instale una obra de arte. Kubrick se preguntaba ¿qué es mejor: tocar profundamente a una persona o tocar a una multitud de manera superficial?. Yo no hago obras para multitudes: me interesa más un pequeño grupo al que le llegue esa creación…
-El artista ¿se ha alejado de la naturaleza o está hoy más cerca que antes?
-No es que el artista se aleja de la naturaleza, es que concibe las cosas de otra manera. Pero el artista continúa en contacto con la fuente de inspiración máxima. Ves una orquídea y eso te fascina. En Europa hay muchachos que sólo conocen las vacas en ferias agropecuarias. En la ciudad no hay chivos, los pájaros se van…
-Las nuevas tecnologías ¿le sirven mucho o poco en su creación?
-Las nuevas tecnologías hay que agarrarlas y desarmarlas para no caer en la alienación. Como cuando los niños agarran un juguete…la obra de arte tiene que ser algo que interrogue al individuo no que lo esclavice. No es relevante que la obra sea fea o bonita: lo importante es que llegue a ser una interrogación.
En la galería
La conversación se desarrollaba en la Galería Medicci. Asdrúbal había extendido unas telas en el piso. “¿Van a querer un cafecito?” preguntó la administradora Mary Rangel. Tomás Kepets estaba por llegar. Yelis Ontiveros filmaba y tomaba las fotografías.
Sobre Colmenárez se ha escrito mucho, pero en uno de los ensayos más acertados y hermosos, Bélgica Rodríguez lo definió usando pocas palabras:
“Como en los sueños, entremezcla situaciones, las une en tejidos entrecortados e integra a conjuntos de imágenes superpuestas, yuxtapuestas, enlazadas, a las que el espectador tiene acceso solo por una rendija de su capacidad perceptiva”.
-Ya Tomás viene en camino- comenta Mary. Asdrúbal se ha sentado unos instantes nada más. La silla parece estorbarle. Está que se para y sale a patear calles.
Pero el día es una olla de presión: gesta una atmósfera que pasa del calorón a los nubarrones. Las colas de los carros anuncian la posibilidad de una tranca mayor. Más tarde comenzaría el aguacerito blanco y luego el palo de agua, el aguacero en forma de cortina. Aquello era exactamente igual que un “destramado” encima de Caracas.