Juan Carlos Palenzuela

La idea de viaje es una constante en la obra de Asdrúbal Colmenárez desde 1993, cuando mostró en el MACCSI tanto cartas e instrumentos de navegación como restos de naves. Desde entonces su pintura toma grandes formatos y sobre un fondo azul superpone nociones de dibujo, pintura, collage, escritura e incluso objetos. Todo resulta mixto, híbrido, de intensos planos, máterico, por momentos transparentes y con fuertes trazos.

La pintura sugiere el viaje sin llegar al relato del mismo. La alusión está dada por los signos, por las coordenadas para un trazado imaginario del espacio, por la cartografía verídica adulterada en las licencias del creador. A esa suma de elementos debe agregarse datos que remiten a su propia obra, sean sus "Partituras" o su serie "Navette". Todo está dado para rehacer el desplazamiento del individuo asociado al arte. Pero, además, en este conjunto de nuevos cuadros de Colmenárez encuentro, de pronto y a discreción, citas a la tradición plástica tal como se permite la modernidad. Citas colaterales, guiños. Esto nos recuerda otra exposición suya en el MACCSI, en 1998, pero en esta ocasión las evidencias están como disimuladas, como minimizadas en los grandes giros de la pintura, en sus planos cuadriculados, en las audaces líneas estructurales que sostienen la composición, en sus golpes de color sobre el trabajo previo.

La obra de Asdrúbal Colmenárez mantiene mínimos nexos que la enlazan y le dan una continuidad conceptual. Aparentemente introduce rupturas entre un capítulo y otro. Quizás los puntos de unión estén en la ilusión de la travesía, en toda una matemática inútil que apenas sirve como referencia visual -relojes, cifras, pantallas-, en la escritura que señala nombres geográficos, palabras o números sueltos, alfabetos como hecho plástico. Letras de molde y también del puño del artista. Textos para ver. El llamado arte tecnológico seguramente es una suerte de "dinosaurio estético" para Colmenárez. Pero ese pretendido arte tecnológico ha sido un buen punto de partida para muchas de sus investigaciones -el espacio, la escritura, el tiempo, la incorporación del espectador-. La era tecnológica se transforma en acontecimiento pictórico.

Sus cuadros comunican nociones de una sociedad virtual. Mientras sus líneas son rectas, firmes, definidas, su color es amplio, desbordado, sobrepuesto. Una y otra situación podría situar los dilemas, excitaciones y posibilidades abiertas de esta obra. Vale insistir en que estos cuadros de Colmenárez carecen de centro, de punto protagónico, de lugar desde donde se irradia seguridad alguna. Y así como no hay centro, tampoco hay la firmeza de un tablero, de un control de mandos comprensible, de un sitio en que la nave permita agarrarnos. El afuera y el adentro es uno al mismo tiempo, sin punto de gravedad, sin muelle alguno, sin tierra. Todo mar es agitado o cielo infinito, rotundo.

(Cuando Asdrúbal muestra su obra en la terraza de un edificio, coloca la tela en una posición u otra, Por los momentos es indiferente a la necesidad de norte del espectador extraviado que somos y solo por burlona cortesía indica, "este es así". O lo que es lo mismo, también podría ser en posición contraria. Entonces su naturaleza, su imagen es mutante, indefinida, abierta) la naturaleza es el sujeto de fondo de esta obra. Naturaleza del cosmos, del mar, de lo inexplorado. Sobre ella se superponen los instrumentos de navegación y algún viejo mapa. Así convergen lo moderno y lo arcaico. Al momento de dificultades del viaje, quizás un remoto plano resulte más útil que un sofisticado instrumento de medición. Así, en esta disposición al itinerario, una buena guía son los clásicos de la antigüedad griega.

Colmenárez dice que "El arte está formado por verdades fragmentarias, verdades comunes". Así, el conocimiento de la historia del arte -el artista es profesor-, y la conciencia de la inmensa riqueza cultural del hombre contemporáneo, se traducen en conceptos, en un arte de futuro.

Caracas, Venezuela
Marzo del año 2002