Susana Benko

La obra más reciente de Miguel Von Dangel opera como un gran mapa mundi que compendia múltiples espacios y contenidos que rebasan cualquier lectura estructurada a partir de una visión específica o punto de vista. Esta pretendida lectura deviene infinita o ilimitada por su misma condición de obra de arte con contenidos que plantean situaciones siempre en proceso, que no concluyen aún cuando la pieza está terminada. Con esto queremos decir, que todo lo que en estas pinturas acontece continúa procesándose tal como sigue desarrollándose en cuerpo y alma del artista. Precisamente esta cualidad constituye un aspecto determinante en la obra de Von Dangel.

Todo engranaje comunicacional depende de signos. Cada signo se compone de una forma y de un contenido –o de un significante y un significado para usar términos de la lingüística–. Pero esta unidad básica de la que parte toda comunicación adquiere una complejidad tal en la obra de este artista que supera cualquier categorización de orden retórico o estilístico. Esto se debe a que una forma no remite sólo a un significado. De ella pueden desprenderse diversos significados. Von Dangel codifica, por decirlo de algún modo, las significaciones diversas e ilimitadas de lo pensado. La obra plasma un sistema de pensamiento que se materializa, se grafica, en el espacio de la obra, recinto que permite tal diversidad. En tal sentido se entiende porqué para él la obra de arte supera sin duda las fronteras de la materialidad (VON DANGEL, M. 1997, p. 453). El arte es más que técnica o que la relación “equilibrada” de los elementos de expresión. Y por esto es más que las implicaciones estéticas que ellas generan por sus atributos plásticos. Por eso, en consecuencia, es también más que el virtuosismo del artista. El arte para Von Dangel requiere alma, condición suprema en la que el artista como ser humano se implica en la obra mediante una relación verdaderamente indisoluble. En otras palabras: se produce una absoluta identificación entre arte y vida. En la medida en que el artista identifica y traspone de manera consciente los contenidos que ha ido resguardando en su memoria, producto de su conciencia de vida, plasmados con desgarramiento y pasión, con amor y dolor, en síntesis, con alma, estamos hablando de arte. Con ello, se entiende ahora porqué se trata de un planteamiento que trasciende lo meramente objetual.

El arte concebido de tal forma refiere a su vez a varias cosas. En primera instancia, a la voluntad de superar sus límites y, como bien lo ha señalado el artista, de traspasar la frontera de su materialidad. Al suceder esto, la obra plantea un discurso, un planteamiento reflexivo por parte del artista que, en el caso de Von Dangel, podría considerarse como la plasmación de su “visión de mundo”. Pocos son los artistas que asumen a través de la obra de arte la encarnación de su pensamiento. En su caso se trata de un discurrir que se da en dos sentidos: mediante un pensamiento irracional y desenfrenado, que se traduce en la discordancia de buena parte de su discurso al relacionar situaciones o espacios imposibles; y también a la vez, mediante un alto grado de conciencia y de indagación profunda de su sí mismo, que es precisamente el que le permite ahondar y captar estas realidades disímiles. Ello da lugar a un lenguaje barroco, tal como numerosos críticos de arte han convenido en señalarle a lo largo de estos años, pues sólo un lenguaje descentrado, proliferante, trasgresor, y sumamente expresivo como el barroco puede servir de puente para condensar tan avasallante cúmulo de referencias que el artista maneja.

Sin embargo, conviene precisar algo más sobre el barroco. Como la historia del arte ha mostrado, existen diversas maneras de entenderlo. Cada uno responde a motivaciones diversas según épocas, culturas y artistas. Pero justamente es peculiaridad del barroco no ser un estilo fijo ni ser susceptible a reducciones estilísticas convencionales. Por eso es barroco: porque no hay centro, no hay fijeza, no hay fórmula. Por eso se habla de varios tipos de barroco. El tenebrismo español, por ejemplo, es austero en tema y dramático por el fuerte contraste de sombra y de luz, mientras que el rococó francés, por otro lado, se sustenta en el exceso formal, representando ya la decadencia del barroquismo como estilo. Otra cosa ocurre en América, donde por añadidura, se produce un fuerte sincretismo cultural producto del mestizaje racial y cultural que se produjo históricamente en nuestras tierras. Por tanto, existen varios barrocos con divergencia de estilos según las culturas y las épocas, razón por la que oscilan formalmente desde el alto contraste al exceso de formas o bien, como es nuestro caso, de contenidos.

De Babel a Caracas
Muchas situaciones que ocurren en la vida aparentan ser disímiles entre sí, pero en el fondo son la misma cosa. Von Dangel fundamenta su trabajo a partir de numerosas imágenes que confirman esta aseveración: la historia así se la provee. Los centros de poder, por ejemplo, pueden cambiar de sitio, cambiar de ciudad, pero en el fondo actúan siempre de la misma manera; los mitos fundamentales que explican o encarnan ciertas condiciones naturales o de la Humanidad, pueden variar de apariencia de una cultura a otra, pero en el fondo muchos tratan de lo apariencia de una cultura a otra, pero en el fondo muchos tratan de lo mismo. Von Dangel lo explica con la imagen de la Torre de Babel. Partiendo de la historia bíblica, en la que la famosa Torre deviene imagen representativa de una utopía truncada por la desunión e incomunicación de los hombres dada la multiplicidad de lenguas, el artista, contrariamente, lo concibe a la inversa: se trata de la creación de una situación nueva a partir de lo aparentemente disonante. Uniendo lo dispar y diverso es posible crear otra realidad: la de la obra. Se trata de una realidad factible. No importa si es inventada o no, aunque por lo general queda un sustrato de algo real, pasado o presente. Este apego a lo real y evidente toma como punto de partida, por un lado a los mapas y por el otro, a un proyecto macro, en proceso continuo, que el artista denomina Desesperanto. La utilización de mapas, práctica que realiza desde principios de los ochenta, es una manera de sujetarse a una realidad concreta, existente: la representación geológica y política de los diversos componentes del planeta. Explora territorios, sea en sus viajes como en la lectura de mapas, con la misma acuciosidad de aquellos antepasados alemanes que, siguiendo los pasos de Humboldt, se aventuraron por la desbordante naturaleza americana llevando un registro, documentando, dibujando y conociendo así sus mitos e historias. La cartografía es para ello una herramienta indispensable. No importa si un mapa representa una abstracción de nuestro mundo. Von Dangel asume este recurso como punto de partida, pues con el mapa define, estructura, delinea los contenidos que seguidamente el artista expone al intervenirlos. Pero el resultado, como veremos, es diametralmente opuesto. La cartografía, en efecto, sirve de guía, pero sobre el mapa se expone seguidamente, de manera abarrocada e informe, una gran confluencia de asociaciones múltiples que derivan en su mayor parte de esa experiencia sin fin que es el Desesperanto. Iniciado en 2002, este magno proyecto consiste en una serie de libros o cuadernos –más de cien piezas– cuyas páginas se doblan y desdoblan y en ellas aparecen, como en sus diarios, imágenes –literarias y visuales–, textos de diversa índole, que codifican el cúmulo de ideas y escritos metafóricos que el artista tiene sobre el arte, las culturas, la mitología y la religión, la política, entre otros. Algunas son comprensibles, otras no. Parte de estas asociaciones se transfieren a los mapas actuales, que ya difieren de los collages de los ochenta para devenir en obras extremadamente ambiciosas en formas y contenidos. El artista no sólo forza el medio –el papel del mapa como soporte– adicionándole, como es su distintivo, objetos diversos: tejidos, pigmentos, materia orgánica sustraída de animales, piezas de colores vibrantes, que llaman nuestra atención inmediata, sino que desafía los límites conceptuales al crear piezas de carácter cosmogónico como estas “pinturas-retablos” plantean. De allí que esta obra opere como un gran mapa mundi. Entonces, esta gran Torre de Babel es más que la incomprensión lingüística que llevó al fracaso un gran proyecto. Es más bien el desafío de crear a Babel integrando lo disímil y entenderlo como un todo. El nuevo mapa resultante contiene todo ello. Por eso América puede perfectamente estar en África, y el corazón sangrante y adolorido de Cristo, puede conciliar con el de los sacrificios aztecas. En este sincretismo todo es posible. Von Dangel para esto hizo un compendio de su memoria. Así lo expresa y por ello, París es posible en Texas y Venezuela existe como isla en el lago de Venecia. Babel, por otra parte, está en África que a su vez integra a América. En efecto, esto es posible. ¿Y por qué no?

Desde América
En su condición de hombre latinoamericano de origen europeo, vemos cómo Von Dangel asume esta visión sincrética de la realidad como quien mira desde lo alto. Porque desde lo alto es posible visualizar el mundo, tal como vemos los mapas. La geografía aquí propicia la creación de este espacio sincrético de culturas. Al identificar a su vez las contradicciones y las diversidades, el artista logra hacer confluir estas diferencias en una nueva realidad. Lo hace desde el arte y bajo esta perspectiva.

Con esta visión sincrética de la realidad, crea en consecuencia tres grandes espacios que pueden interactuar entre sí o generar otros nuevos. Son: el espacio geográfico, el espacio cultural y más ambicioso aún: el espacio sideral, en el que vemos al planeta, con toda su energía y procesos de cambios constantes que van desde los telúricos hasta las corrientes marinas, la dirección de los vientos sin contar los movimientos sociales, los acontecimientos políticos, las historias míticas, las corrientes religiosas, puestos todos en relación entre sí. En suma, se trata de asumir la creación artística con una visión total y cosmogónica. En definitiva, un desafío para Von Dangel incluso frente a su propia humanidad.

La historia de la torre de Babel, por otra parte, presenta tres momentos que son emblemáticos y determinantes: su construcción, su destrucción y la confusión de lenguas que desencadena, seguidamente, la dispersión de los seres humanos. En otras palabras: la diversidad cultural, seguida de una historia de luchas y confrontaciones. En tal sentido, Europa y América, por nombrar sólo dos de los continentes, constituyen dos mundos diferenciados que históricamente de alguna forma se han confrontado, se han asimilado o se han transfigurado. Esto, de alguna manera, con el tiempo, ha desdibujado los límites de una identidad en estado puro. América no es Europa, como África no es América. Pero, ¿cómo eludir la transculturación ante los constantes procesos migratorios que se producen en este planeta móvil y cambiante como el nuestro?

La obra de Von Dangel constata el devenir de tales procesos. De allí que exista una clara conciencia de los hechos históricos, del sustento mítico que subyace en cada una de estas culturas sin contar las situaciones particulares del artista. Éste, como el mago, los integra en una nueva realidad. Todo esto hace que la obra de arte sea un compendio de memorias que de manera abarrocada se manifiesta. La torre de Babel se entiende como estructura barroca de la obra. Pero el barroco, si bien evidencia estas confluencias, también encubre tales referencias. Las perdemos de vista pues cualquier intento de decodificación de estos mensajes, es un acto fallido. Cada una de estas obras que conforman Utopía desborda en contenidos.

Sin embargo, la reflexión que se hace acerca de la identidad americana presenta a su vez consideraciones importantes: lo que fue verdaderamente americano o, al menos, lo que hace que esta cultura se vuelva distintiva frente a las otras es, para Von Dangel, la cultura indígena. Si bien parte de ella ya está mediatizada por intromisiones culturales foráneas, Von Dangel reconoce que en ellas se encuentra “lo diferente”. En esta diferencia, según el artista, reside la esencia de nuestra identidad, a la vez que visualiza la mixtura indetenible de confluencias culturales. Bajo este parámetro, hace un análisis de diversas realidades míticas, reflexionando sobre lo sagrado y captando energéticamente las transfiguraciones mágicas que éstas proveen. El uso de color vibrante y las formas delirantes expresan todas estas realidades que conviven de una forma u otra en nosotros.

Lo uno y lo múltiple: formas constitutivas de un cuadro
Cada una de las piezas que conforman esta exposición son detonadores –o contenedores– de efluvios, de energías en constante dinamismo. Por eso, más que concebir el mundo como una representación, se trata de la voluntad de traspasar múltiples fronteras. Todo aquí está en devenir, en proceso (ORTEGA, Julio. En. VON DANGEL, 1997, pp. 12-13). De allí que esta visión abarrocada y delirante despierte en un comienzo el asombro, seguidamente la admiración para luego penetrar con toda su energía por nuestros sentidos.

Y es en este campo energético que nuestra conciencia estructurante actúa. La metáfora de la dispersión de Babel se entiende en este barroco proliferante. Pero, simultáneamente, el mapa y los símbolos que en él se contienen y que son recurrentes en diversas piezas como la concha, la cruz o la silueta de América misma, concentran gran parte del sentido. Son elementos alusivos al espacio que a la vez sirven de nexo estructurante desde donde irradian estas confluencias míticas, culturales, espaciales. Son imágenes contenedoras. El cuadro entonces fluctúa entre el abarrocamiento de formas (y contenidos) y el mapa (con símbolos incluidos) como elemento englobante y estructurador. En síntesis, se asume esta contradicción como lenguaje y como manera de pensar.

Pensar desde la contradicción permite también considerar criterios como lo universal y lo particular. Lo uno y lo múltiple. Se trata en este caso en que la presentación cartográfica de un continente o de un país no queda reducida cuando el artista –desde esta visión global– se detiene en un aspecto particular cuando incorpora, por ejemplo, plumas de ave para señalar el vínculo geográfico que tiene el ave o cualquier otro animal con la región. Lo mismo sucede cuando diminutos ojos nos ven desde ese gran espacio metafórico y concentrado que es el cuadro. Estos detalles significativos, en medio de tal multiplicidad de elementos que conforman el espacio del cuadro, funcionan como “acentos” o “llamados de atención”. El mapa en su totalidad funciona como la representación gráfica de un gran laberinto en cuyo interior recorremos con la mirada la dirección ondulante de los caminos, ríos y vientos, enfrentándonos continuamente a todos los minotauros que lo habitan: a esa lucha por aplacar la incertidumbre y el asombro ante esta imagen, total, avasallante y excesiva, que nos sume en la ignorancia y desde ella, dejar que la obra nos habite y nos llene de sentido.

El espacio ético del arte
Para Von Dangel el arte es más que virtuosismo y técnica. Es resultado de un acto de fe, producto de una voluntad y de una necesidad de plantearse preguntas y dilemas que implican de su parte un fuerte compromiso. No en vano ha señalado que un arte supeditado a su condición técnica o a las soluciones tecnológicas perdería su principal justificación que es la de crear un espacio para las grandes utopías. Las obras que componen esta muestra derivan de esta búsqueda, pues una a una, son la consolidación material de unos espacios utópicos, sólo existentes desde la perspectiva del arte. El artista opera creativamente conteniendo a Dios en su interior, como impulso y voluntad. Ya lo había señalado en sus importantes escritos: El creador, contrario al plagiario, se sabe deudor de fuerzas o verdades siempre superiores de las cuales él es el legítimo interlocutor de Dios mismo o de la historia, del inconsciente colectivo o aún de su propia génesis, del genio que lo posee o de la neurosis que sufre, locura o sentido profundo del dolor y la soledad por causa de la dificultad de la comunicación (1997, p. 412). El arte, y en consecuencia él como artista, mantiene así su autonomía y legitimidad. Es la manera como puede obrar en libertad y por tanto poseer la capacidad de denunciar, enfrentar y asumir compromisos que, como él mismo escribe: …el hombre “normal” difícilmente tolerará (1997, p. 411). Corresponde, por tanto, al artista hacerlo y en este sentido, el arte se convierte en un asunto ético y moral. Pero es una moral que no estrecha la percepción del papel del artista o del arte de una manera condicionada o normativa. Más bien se trata por una parte de cuestionar el rol artificial de un artista que no asume su rol con autenticidad (lo que lo deslegitima) y por otra parte, de una ética personal apoyada en valores que el artista asume en el hecho creativo: la religión, y por supuesto Dios, el conocimiento o la sabiduría, el reconocimiento de su identidad con todas las contradicciones y el peso que ello conlleva, y posiblemente asumir el arte como forma de expiación de una culpa o, tal vez, como producto de una redención desde el momento en que se produce por medio del autorreconocimiento: en la profundización de su sí mismo. Arte y vida no están disociados.

El cuadro o la obra de arte constituyen el lugar, el espacio para que estas consideraciones éticas puedan ser materializadas. La relación que se establece entre el artista y la obra es una relación especular: el artista se confronta, se proyecta y se observa a sí mismo desde el momento en que ésta es receptora de sus propios contenidos. De allí la importancia del reconocimiento de su identidad ante todo, pues en ello estriba la legitimidad de su creación y lo diferencie del plagiario o de aquel que asume el oficio artístico de manera artificial apoyándose sólo en los efectos técnicos o cuando este oficio es puesto al servicio de otros intereses ajenos al arte. El artista, para Von Dangel, desafía límites cuando reproduce los procesos de creación originales, tal como hizo Dios, actuando a imagen y semejanza de aquél. El artista entonces es el creador de su obra y en ella concreta sus utopías. Para hacerlo debe ahondar en los aspectos que lo vinculan a sus orígenes, conocer la historia y apoyarse en el impulso que la religión le provee así como en los mitos creacionales y en las tradiciones que son, en definitiva, expresiones auténticas que surgen de los pueblos. La geografía lo permite, y con ella sus recursos, como la cartografía, recurso que propicia viajes imaginarios en espacios y tiempos diversos. Sólo así es posible terminar de construir la Torre de Babel. Porque las diferencias fueron asumidas e integradas en la construcción de este nuevo mundo. La obra, más que representar motivos, tiene su fundamento en el proceso de creación en sí. Entendemos entonces porqué las piezas que conforman la exposición Utopía, emulan la conformación del cosmos, los movimientos y las transfiguraciones que ocurren en el mundo, e incluso el devenir histórico a partir de esta visión global de los procesos y comportamientos humanos. Es la creación en suma como un acto de fe. El artista, como Dios, es un creador de universos que se encarnan en su obra. Ésta, a la vez, es resultado de la voz de un sobreviviente, quien desde la conciencia de su precariedad humana y de sus límites, acepta ese desafío aún por encima de su propia consumación.

Susana Benko
Miembro Asociación de Críticos de Arte
(AICA, Capítulo Venezuela)
Noviembre-2008