Adelaida de Juan

Hace un cuarto de siglo, en 1986 la segunda Bienal de la Habana convocó un jurado procedente de tres continentes. Este unánimemente concedió premio a la obra presentada el último día de las deliberaciones por Manuel Mendive. Combinatoria de varias técnicas y modalidades de la producción artística, en ella predominaba sobre todo el body art (aplicado no solo sobre los cuerpos de los hombres y mujeres sino también de los animales rituales) complementado por la música rítmica, la danza y el montaje escénico. Con esta pieza, Mendive una vez más había dado entrada en el panorama del arte contemporáneo cubano a una novedosa variante: el performance como modalidad válida de las artes visuales.

Mendive empieza a exhibir a muy temprana edad; se hace notar con fuerza durante la década de los 70, con piezas primero trabajadas sobre madera, luego empleando el lienzo u otros soportes tradicionales. Al igual que hiciera Wilfredo Lam décadas atrás, el joven artista nutre su expresión con el mundo que le era familiar; en su caso, del rico acervo de la santería, corpus religioso transculturado de origen africano, al decir de Fernando Ortiz, a partir de las raíces yoruba y el catolicismo de la colonización hispana. Mendive crea su propio panteón y traza un abarcador panorama histórico que lo lleva de los horrores del Barco negrero a la sublevación exitosa de El palenque y el sacrificio de El mambí (palabra de posible raíz africana aplicada despectivamente por los colonizadores a los independentistas cubanos del siglo XIX), para culminar con las imágenes hermanadas del Apóstol Nacional José Martí junto al Che Guevara en presencia de Oyá, dueña de los cementerios. Estas referencias históricas son temáticas insistentes durante la etapa posterior a Erí Wolé (Mi cabeza da vueltas), escena compleja y de amplio contexto referencial que narra, por así decir, el accidente que había sufrido Mendive.

El agua es para Mendive lo que la fronda fue para Lam. (Recuerdo un día en una galería de El Vedado en la Habana, durante la cual Mendive y yo nos sentamos en el suelo a conversar y le dije lo de la presencia del agua en su obra de entonces: me dijo que nunca había pensado en tal presencia. Manolo, sigo afirmando que es elemento insistente en tu obra de esa etapa). aparece no solo en los varios cuadros centrados específicamente en las deidades (orishas) vinculadas al mar y los ríos (Ochún y, sobre todo, Yemayá, que se igualan a la Caridad del Cobre- Patrona de Cuba- y a la Virgen de Regla), sino en muchos otros temas (son ejemplos varios la franja interior de El palenque, pieza que ha de leerse de modo ascendente; el elemento protagónico en El Malecón, y segmento ornamental en múltiples diseños de aplicación varia en los proyectos de Telarte en los cuales colaboró Mendive durante la década de los 80). Es una representación plástica que sugiere, por extensión, el agua que circunda y define la isla, el agua que desde tiempos remotos ha significado el devenir constante y fluido.

 

Mendive alcanzará, después de su primer periodo en el cual ilustra muy de cerca la mitología yoruba, una creación ulterior en la cual esa mitología es un sustrato iluminador de la vida real de todos los días. Su pintura se ampliara para plasmar una temática más cotidiana que entronca con lo mítico que anteriormente había constituido su fuerza más constante. La cotidianeidad es vivida por él de modo intenso y detallista. Surge entonces una sostenida presencia de elementos contradictorios y complementarios a la vez. Constantemente el artista nos recuerda, en escenas de jolgorio, danzas, coitos (endokós en yoruba, y titulo de varias series), la presencia de la muerte. Puede ser el espíritu cubierto de un largo paño blanco que se mese en un sillón en medio del baile, o que asoma en las aguas que llegan hasta el malecón donde se sientan las parejas de enamorados. Aparece continuamente la figura de doble rostro que también acompaña tantas escenas pintadas por Mendive. No ha de olvidarse que el Eleguá es una de las deidades más presentes en la santería: abre y cierra los caminos, alude a la risa y al llanto, a la vida y a la muerte. Este es uno de los recordatorios constantes de Mendive; este es uno de los modos de imbricar una simbología mitológica particular, con una realidad también particular vivida por el artista. No es fortuito que el cambio formal y temático se observe en la producción del artista después de un accidente que lo marco físicamente: ya he aludido a la pieza en la cual lo factual se combina con lo mítico religioso.

A partir de la década de 1980 y el performance iniciático de la Bienal que ya mencioné, Mendive ha reiterado, con variaciones, el uso de la pintura corporal en función de los movimientos de la danza; algunas de sus creaciones han sido filmadas para su reiterada visualización. Pocos años después de esta actividad Mendive pasó a interesarse en la llamada escultura blanda, en la cual las figuras de considerable tamaño sustituyen, con sus proporciones provocadas por el material nada rígido, el movimiento de los danzarines.

En décadas recientes, Mendive ha producido obras que resulta una suerte de enriquecedor compendio de toda su obra previa. Desaparecen los contornos precisos, los colores nítidos, la alusión directa y la temática evidente. Pinturas sobre madera y lienzo, esculturas blandas, la combinatoria gestual y genérica de los performances, se funden en una proyección en la cual el elemento imaginativo ocupa el lugar primordial.

En la actualidad Mendive trabaja además en formas tridimensionales de técnica mixta, para las cuales acude al metal, a la madera, a la tela, al lienzo, todos explorados en su posible proyección sugerente. Los personajes que habitan sus obras han dejado de tener la precisa definición de antaño para devenir seres ingrávidos cuyos elementos constitutivos sugieren una posibilidad interpretativa y no una delimitación precisa. Se mantienen en ellos dos elementos que quisiera destacar, ya que de cierto modo están presentes en elaboraciones derivadas de la producción artística de raíz afrocubana. Me refiero a la continuada presencia, a lo largo de la producción de Mendive, de los pies agrandados que se afincan en la tierra y a los ojos que, de un modo u otro, siempre aparecen en los rostros, las cabezas, las formas superiores de todas las figuras del artista.

No debe olvidarse que en el corpus de las creencias afrocubanas, las energías fundamentales vienen de la tierra; de ahí que el contacto con esta sea básico. En la pintura cubana del siglo XX, este carácter se hace muy evidente en una pieza inicial de Lam: La jungla. Pero si en este artista tal alusión desaparece casi de inmediato, en Mendive es un elemento de presencia y fuerza constantes. Tanto en las piezas elaboradas hace ya casi medio siglo como en las actuales, las figuras, sean de contornos nítidos o evanescentes, siempre tocan tierra. Pueden, en las producciones mas reciente, pertenecer a figuraciones imaginativas y casi móviles, o pueden corresponder a un interés más figurativo: todas se afincan en la tierra, indicando así que tal contacto es básico.

En cuanto a los ojos, también podemos rastrearlos en la producción nutrida por las raíces afrocubanas: en Lam, los ojos son romboidales, reiterados al punto de que se han hecho emblemáticos y han devenido el símbolo de numerosas convocatorias de eventos artísticos. En Mendive, los ojos han estado siempre presentes. En su producción actual, pueden ser círculos que se destacan en la zona del rostro, o bien puede ser un significativo punto oscuro que da imagen a una zona informe. Pero el “ojo que tiene vista” es siempre importante para él: es el contacto entre lo visible y lo oculto, la develación posible de situaciones futuras. No debe olvidarse que la figuración del Elegguá tan presente en la obra juvenil de Mendive, se suele figurar siempre con los ojos que miran hacia diversa dirección, ya que es la deidad de la duplicidad de posibilidades.

La imaginería actual de Mendive tiende a ofrecernos figuraciones posibles de seres ingrávidos acompañados de animales sagrados, todo surgido de una creatividad afincada en creencias vitales. Para Mendive no parece haber cortes bruscos y excluyentes. El paso de un modo expresivo a otro a lo largo de su obra obedece a un único impulso creador que lo ha dominado desde la infancia. Ha habido, como es natural, alguna zona de tinieblas, a través de las cuales siempre ha dominado la luz, como se indica en el titulo escogido para esta muestra. Siempre, desde su niñez, Mendive ha sentido la urgencia de plasmar ese ímpetu creador que lo ha llevado a tantas experiencias originales e insólitas. Ciertamente seguirá por ese camino, que es, estoy segura, “muy vital”, como el título de una de sus esculturas recientes. Porque el refranero no se equivoca: “palo que nace para violín, en el monte suena”. Y Mendive suena, no hay dudas, y seguirá, para jolgorio y riqueza nuestra, sonando.