Darys Vázquez

Manuel Mendive es cultura y resistencia. No olvida y no deja olvidar. África está en él, a través de su condición de artista del siglo XXI que vive y trabaja en una pequeña isla del Caribe. Como cubano, involucra la obra con su realidad, pero también, con la realidad del hombre latinoamericano y con la del hombre dentro de la cartografía mundial. Y esto lo hace con un apego infinito a la tradición histórica. Sin apartar de su memoria las iniciales de sus ancestros, busca en las lecciones de los antiguos las claves filosóficas del mundo contemporáneo. Su obra viaja entre los tiempos (pasado y presente), de este flujo y reflujo ha observado -como lo hiciese Michel Foucault-, que “lo nuevo no está en lo que se dice, sino en el acontecimiento de su retorno”. Y al retroceder al pasado mitológico, asegura perpetuar los lugares comunes del individuo, su historia y su cultura.

Substraerse al poder mágico de su obra resulta difícil, incluso para los de espíritu ateo. Mendive se sirve una y otra vez de las estructuras mitológicas y ético- filosófica de raíces africanas como la Santería o regla Ocha y Regla de Palo Monte de la religión Yorubá. Se basa, precisamente, de la correspondiente carga sincrética que se origino de la interacción cultural del África negra con la España católica, principales raíces de la identidad cubana.

De ahí que el artista no utilice la mitología africana de manera abstracta. Recala en ella desde la dinámica popular y desde el correspondiente imaginario transculturado que relaciona a los Orishas con los santos de los altares católicos. Pero incluso, va más allá. Construye nuevas mitologías. En ellas integra la cultura popular, el acervo cotidiano y la memoria colectiva. Cree que las mitologías no se inventan, salen de la propia realidad y de la poesía que emite esa realidad. Para él -como diría Ernst Cassier-“no existe fenómeno natural ni de la vida que no sea capaz de una interpretación mítica y que no reclame semejante interpretación”. Y en ello está, quizás, una de las razones que expliquen la reiteración del tema mitogénica en su obra.

De tal bricolage cultural se ha nutrido y de ahí han nacido sus visiones por más de 40 años. Como Lam, Mendive llega a ser un visionario por excelencia. Pudiera creerse que sus visiones son un tanto herméticas, pudiera incluso pensarse que sin el conocimiento de las historias contadas por los odus de Ifá, no entenderíamos su obra. Pero caer al vacío no es tan fácil en este caso. El artista lo resuelve todo al priorizar como metáfora poética el efecto de la contemplación. Así provoca a las zonas del intelecto, así nos seduce con un mundo paradisiaco y misterioso. Deja a un lado las inútiles formas de la materia para concentrarse en la obra como fluido de energía, porque piensa que solo a través del <<sentir>>, llegaremos a <<entender>>.

En sus visiones -donde los resortes religioso- mágico, ancestral- primitivo y simbológicos se funden-, Mendive hace también suya la agonía de un hombre por los disparates de su tiempo. Ha sido esa agonía -que conmovió a grandes como Goya, Picasso y Lam-, y la necesidad de movilizar los pensamientos y las gentes ante los horrores del mundo, los impulsos necesarios para realizar un proyecto como La Luz y Las Tinieblas (2010), con sede inaugural en el Museo José Luis Cuevas, en México DF.

La manera que tiene Mendive de hablar de los vicios mundanos y las catástrofes es siempre una revelación mágica. La obra parece ser parte de las narraciones de un libro sagrado, claro está, un libro con historias diferentes a las que se cuentan en la Santa Biblia, en el Corán o en la Torá; un libro que espera ser descubierto, cuya esencia es un tanto arcana, pues no devela todo su misterio.

Desde una visión humanista, La Luz y Las Tinieblas, es un canto a la vida, que habla también de la muerte, pero como renacimiento. En este proyecto, el artista ha preferido comenzar haciendo una referencia simbólica a Las Tinieblas. Pero en sus tinieblas, no hay drama ni supuesto, si, calma y sosiego. Entre el Cielo y la Tierra el artista insiste en llegar a los márgenes de la belleza del primer instante de vida (la luz) y de su último suspiro. Así como el dios de los aztecas Quetzalcóatl (la Serpiente Emplumada), Osiris (soberano egipcio del reino de los muertos) o Jesucristo, constituyen un símbolo de muerte y resurrección, la cosmogonía de Mendive (íntimamente conectada con la cosmogonía binaria de la cultura yorubá), concibe la relación luz-tinieblas, vida-muerte como parte de un equilibrio necesario, como algo que debe existir en la humanidad toda. Diríase, luego, que no existe lo malo sin lo bueno como tampoco la muerte sin la vida.

Desde las Tinieblas –preámbulo del proyecto-, se crea un ambiente oscuro, solo con pequeños contragolpes de luces, en donde el artista ha colocado una serie de pinturas en tonos negros y sepias. En estas piezas ha reducido la paleta de colores casi a dos tonos. Apela ahora al silencio, a las atmósferas sombrías como si fuese este un momento gestacional. Poco a poco, la luz va ampliando sus dominios y ya desde la segunda sala de la muestra y hasta el final de la misma, interfiere con fuerza en piezas de mayor carga cromática. Con dicha alusión, Mendive quiere dejar reflejado que <<la verdad busca regocijo en la luz aunque esta haya venido de la oscuridad. Por eso nosotros [se afirma en el proverbio yorubá del odu del ifá Babá Oyekú Meyi], estamos compuestos de vida y muerte>>.

Mucha confianza le da la naturaleza a Mendive, por eso, necesita alejarse de la urbe e imbuirse en la soberbia del monte, Siente una protección especial en su finca Manto Blanco. –en las afueras de La Habana, específicamente en las lomas de Tapaste-, donde trabaja rodeado de aves, perros y peces. Allí conviven todas las energías y fuerzas vitales que lo salvaguardan. Tanto en las pinturas negras como en el resto de las piezas del proyecto –dígase El Beso (2010), Energía del Mar (2010), Compartir (2010), El paisaje y su dueño (2010)-, la naturaleza será un componente universal de orden y belleza, en donde todo se genera. Su esencia es ancestral y tan primigenia que los animales y plantas conocen el lenguaje de los hombres y los hombres el lenguaje de aquéllos.

La vuelta recurrente al principio de todo, a ese estado embrionario o punto cero le permite realizar sus magnificas mutaciones genéticas. Así aparece en su obra continuamente unos extraños seres de cuerpos alargados y brazos y piernas estilizados, que se contorsionan entre sí. Como parte de un gran ritual, el hombre y la mujer funden sus cuerpos y conocimientos con los animales, los ríos, los árboles, los difuntos, los ancestros, las energías o seres celestiales (los Égungun). ¿Es la naturaleza humanizada o bestiario animal? No se puede establecer un comienzo, ni un fin en esta deliberada comunión. Los unos nacen de los otros. Dígase que todo se manifiesta en un eterno retorno. No son figuras totalmente zoomorfas ni antropomorfas, son híbridos que se modifican continuamente como si estuviesen contando su paso por el tiempo.

En este escenario natural, la fecundidad se expresa como una necesidad de abrir el camino a la vida. La copulación es mitológica, casi mística, en ella se unen la creación y la maternidad. Reiteradamente, aparecen en sus piezas las mujeres con tres senos. Sus pechos son poco erógenos. Más bien son los senos caídos de tanto amamantar (como el de las negras de Nigeria) llenos de sabia mágica, tal si fuesen las huellas de las guerreras cotidianas. En la obra de Mendive como en la de Lam, no hay perversión posible hay -como dijera el antropólogo y etnógrafo cubano Fernando Ortiz-, “erotismo de creación, no impudicia de pecado”.

A veces levitando, otras en pacto con la Tierra, las extrañas criaturas de grandes cabezas que Mendive pinta, extienden sus manos con ofrendas al Cielo. La recurrencia al tema de la ofrenda y sacrificio, se hace perceptible. Con la pieza Los Rostros que nunca he visto solamente en mis sueños (2010), el artista conduce dicha temática al espacio tridimensional. Para ello dispone los “rostros” pintados en lienzo en una amplia mesa con florero de metal, cuya resultante final será el de construir una especie de altar, tributo poético a los antepasados y dioses. De esta manera. Incide en un tema de resonancia universal o filosofía de vida (dar para recibir), cuya transcendencia se ha extendido en toda la Historia de la Humanidad.

En su obra, la <<realidad>> nunca mata a la <<ilusión>>, ambas cohabitan en un mismo espacio. Así, símbolos como el río, representación de las divinidades ancestrales; los ojos, puertas al alma; las bocas, la palabra que alimenta y enseña; las cabezas, la conciencia y el poder divino, la sabiduría para discernir entre el bien y el mal y las puertas, pórticos al paraíso, aparecen una y otra vez.

Deliberadamente, en este proyecto, el artista utiliza otro símbolo con mucha fuerza poética: el hacha de doble filo, elemento que nos recuerda al Changó guerrero con su edun ará, <<hacha de trueno>>dentro de la Historia universal, el hacha de doble filo fue un instrumento muy utilizado. Se empleo por sacerdotisas minoicas en sus reuniones ceremoniales, formó parte del cetro de dioses griegos como Zeus, Artemisa y Deméter, se usó como arma de guerra en sociedades matriarcales (como las amazonas) y en el Mediterráneo y el Oriente, para las castraciones rituales.

Mendive se vale de dicho instrumento para hablar de la doble cara de la realidad: de su lado negativo (la falsedad, la muerte las vanidades y vicios) y de su lado positivo (la vida, la moral, la bondad). El uso del hacha (tanto en la pintura como en la escultura del artista) nos remite nuevamente a esa filosofía bipolar y dialéctica Yorubá. A través de su estado ambiguo, el artista voltea la mirada hacia el peligro acechante que representa las guerras, las enfermedades y la muerte, pues siempre tenemos uno de los bordes filosos del hacha en dirección a nosotros.

Con este símbolo, el artista abre paso al último momento de la exposición: las Energías (2010) u oda a la vida. Específicamente, son las piezas en metal las portadoras de un expresionismo contenido. Mendive ha dominado la fuerza bruta de los pedazos de hierro forjado que integran estas piezas. Las esculturas son como dibujos en el aire, quizás de ahí el gusto por privilegiar la perspectiva frontal y de ahí también, la importancia que tiene la línea de recorte como ensamblajes, de la realidad. En esta ocasión, sobresale su predilección por reiterar al pájaro como motivo totémico. Este espíritu o neuma, sintetiza al mismo tiempo libertad y obediencia, limpieza y sacrificio. En el pájaro se conjuga, además, la religión y el mito en un sentido sacro mágico y hasta apocalíptico, como revelación de los misterios de la vida.

Tanto en las pinturas-retablo (enmarcadas en frisos de láminas de metal recortado y policromado), continuación de su propia imaginería, como en los Paños Sagrados o en las puertas, las hachas, los tronos o las energías, el gusto por el material y sus expresiones simbólicas se hace evidente. El artista enfatiza en dos cuestiones que considera vitales: el oficio del arte y la tradición del ejercicio manual dentro de la cultura popular. La inserción de caracoles y de las plumas, la reiteración de los puntos blancos, el cocido a mano, la incorporación de los parches, de las bolsitas de tela (para acentuar el volumen) conduce lo artesanal a los terrenos del arte.

Se siente en esta unión de lo culto con lo popular los ecos que le dejaron la enseñanza clásica de la Academia de San Alejandro, la herencia de la vanguardia artística cubana –en especial los aportes estéticos y culturológicos de la obra de Wilfredo Lam-, así como las lecciones aprendidas del imaginario popular y religioso cubano. Allí también están los ecos de sus viajes (bajo los hechizos de la Madre Tierra) a Nigeria, Ghana, Togo y Benin, en donde aprendió de la estética urbana y rural de esas regiones, de sus costumbres, sus danzas, del vestir de sus gentes, de su música y de su liturgia religiosa.

La obra de Mendive como la de Lam, tiene incorporado el <<espíritu de la creación>>. Y eso lo sentimos, nuevamente-, cuando pinta en los cuerpos desnudos de los bailarines- criaturas que parecen sacadas de sus pinturas- y transforma sus movimientos en una danza litúrgica. En estos body paintings el artista crea una analogía mágica entre la materia, el alma y el espíritu. No quiere que nada importante se le escape en relación con el hombre como tema universal.

El arte de Mendive es magia y mito, realidad y ensueño. La inquietud de encontrar respuesta lo ha hecho retornar continuamente hacia un pasado mitológico y ancestral. Sin embargo, la <<circunstancia de la repetición>> no lo asusta, le ha resultado la vía para perpetuar sus ideas y su arte. Y esto, a su vez, lo condujo a un estilo de creación muy propio. Se puede decir que Mendive es siempre Mendive, ya sea desde la pintura, el dibujo, la escultura o el performance. Helo ahí cuando dice: “Yo vengo de mi mismo y yo me encuentro siempre en lo más profundo de mi”.