Eduardo Planchart Licea

El ready-made son objetos anónimos que el gesto gratuito del artista, por el solo hecho de escogerlos, convierte en obra de arte…Los ready-made no son anti-arte, como tantas creaciones modernas, sino a-rtísticos. La abundancia de comentarios sobre su significación –algunos sin duda hubieran hecho reír a Duchamp- revela que su interés no es plástico sino crítico o filosófico.

Octavio Paz, La Apariencia Desnuda, la obra de Marcel Duchamp, 1973

Artistas participantes: Ani Villanueva, Isabel Cisneros, Felipe Herrera, Jesús Caviglia, Luis Alberto Hernández y Alberto Asprino

En el París de 1913 Marcel Duchamp inicia una revolución en el arte moderno con su obra Rueda de bicicleta sobre taburete y Botellero, 1914. Crea el ready-made o el objeto encontrado. Además genera acciones provocativas cuando llega a América, como con la presentación del Urinario, 1917, en una exposición. Y en la Caracas de los techos rojos de 1912, se crea el Círculo de Bellas Artes, como una protesta por el tipo de enseñanza impartida en la Academia de Bellas Artes de Caracas. Entre sus pintores destacaron Manuel Cabré, Edmundo Monsanto, Pedro Zerpa, luego se incorporaron Federico Brandt, Rafael Monasterios, Armando Reverón… Esta nueva generación asumió la pintura del paisaje y en especial del valle de Caracas, razón por la cual el crítico Enrique Planchart los llamaría “los pintores la Escuela de Caracas”.

Marcel Duchamp llegará a la concepción de que la vida es arte y viceversa, mediante la introducción y conversión de elementos de la cotidianidad en obra de arte. Esta propuesta plástica cambió el paradigma de lo que era y es el arte. Una vanguardia que influirá en tendencias como el Surrealismo, el Dadá, el Cinetismo y el Fluxus…

Re-invenciones exhibe un conjunto de piezas e instalaciones de artistas venezolanos que, a través del objeto encontrado, elaboran una renovación para provocar reflexiones en el espectador.

En Venezuela Asdrúbal Colmenárez es pionero de esta tendencia, al crear los Alfabetos poli-sensoriales, 1984, los psicomagnéticos, 1976, etc.; razón por la cual esta exposición es un homenaje a la contemporaneidad de su lenguaje plástico. Su escultura Equilibrio, 2010, es una conjunción de materiales y objetos con funcionalidades diversas, que van desde una brújula hasta un flotador, para generar en el espectador la importancia de la noción de energía que se manifiesta en el magnetismo.

Ani Villanueva transforma los polímeros y su multiplicidad utilitaria en piezas de arte. Crea una meta-realidad basada en la serialidad, como ocurre con sus mallas que evaden la perfección matemática, pues la artista deja en la obra su huella creativa y unifica discursos estéticos antagónicos como el minimalismo y el expresionismo. Se está por tanto ante una obra que logra equilibrar la racionalidad geométrica con lo simbólico de la vida.

El plástico es uno de los materiales omnipresentes en nuestra sociedad, capaz de asumir cualquier forma y uso. La artista muta en arte la frialdad de los materiales industriales con sus texturas, colores, volúmenes. Su creación se encuentra dentro de la corriente de la contemporaneidad donde las fronteras de las artes se han roto, para crear lenguajes plásticos híbridos que fusionan la danza, el teatro, la música, la escultura, la pintura, lo tecnológico y germinan una estética paralela al proceso de globalización.

Su propuesta actual se desprende de lo accesorio para crear un tejido de polímeros y alambres, que extraen belleza donde antes sólo había objetos utilitarios. Con una sensibilidad aguda, convierte mangueras de diversos grosores y usos en formas inverosímiles, gracias a delgados alambres que les transmiten estructura. Estas piezas parecieran manifestar una arqueología del futuro y a su vez tratan de exorcizar y llamar nuestra atención sobre la necesidad de crear una cultura del reciclaje en una civilización que está convirtiendo nuestro planeta en un gigantesco basurero.

“Reciclo, ensamblo amarro recreo e instalo. Salgo a cazar materiales de la vida cotidiana contemporánea, generalmente plásticos y metales no degradables que sugieren posibilidades que luego se resuelven en el taller” (Ani Villanueva, testimonio, 2010).

Es una propuesta caracterizada por su belleza contemplativa, que juega con la ilusión y las trampas visuales al componer volúmenes inexistentes. Así nos enfrenta a la realidad de que no todo es lo que parece, una sensación que se agudiza por el carácter lúdico e interactivo de algunas de sus obras.

“La experiencia de vivir, el camino andado y por andar, la introspección, la naturaleza y los seres vivos de toda índole que en ella habitamos son sin duda alguna la máxima fuente de inspiración…” (Ani Villanueva, testimonio, 2010).

Jesús Caviglia describe su concepción del objeto encontrado de la siguiente manera:
“Siempre he sentido que los objetos y lo desechado me son cercanos. De pequeño, todo el mobiliario que en mi casa caía en desuso era llevado a la segunda planta, donde de inmediato se transformaba en un nuevo juguete. Siento que lo que hago ahora es seguir jugando, pero de una manera más estructurada” (Jesús Caviglia, testimonio, 2010).

Él fundamenta su constructivismo sobre la concepción de obras a partir de objetos encontrados, con los que recrea su pasado para convertirlo en su presente. Los elementos que integran estos ensamblajes: fragmentos de puertas, ventanas, marcos… se conjugan para crear composiciones que equilibran lo diverso y fusionan lo clásico con lo contemporáneo.

Para Jesús Caviglia las armonías geométricas son el eje de su lenguaje plástico y evita una cromática de fuertes contrastes. Así, en piezas como Blanco transcurrido, 2006, dominan los ambientes vinculados a los blancos. Mientras que en la serie Maderos de adentro, 2010, su basamento constructivo son los fragmentos de puertas, donde prevalecen los colores de la madera junto a cromáticas blanquecinas y azuladas, que se van develando en cada pieza a través del lijado, gracias al cual logra efectos que buscan destacar el paso del tiempo.

“Los objetos merecen trascender, para que así trasciendan las ideas de quienes los pensaron. Reivindicar lo cotidiano es reivindicar la vida misma" (Jesús Caviglia, testimonio, 2010).

El creador resume varias etapas en cada ensamblaje: la recolección de los objetos, donde se enfrenta al encuentro de lo inesperado, de los despojos de una civilización donde todo es desechado con rapidez. En esta primera etapa, selecciona los fragmentos que integrarán los ensamblajes, y los complementa con la búsqueda de objetos en casas de anticuarios. El siguiente momento será el de la reflexión sobre lo encontrado, hasta que se despierta el proceso creador, que podría estar basado en la lectura de una novela o el estudio de elementos de una obra artística. Y en función de esto, desarrolla el ensamblaje que se caracteriza por composiciones desde donde emana expandir equilibrio: pirámides, cubos, rectángulos, cuadrados, círculos y líneas se integran en su discurso estético. Los objetos no son obligados a negar su origen, de ahí el gusto del creador por trabajar en serie y desarrollar una idea creativa, como ocurre con los Maderos de adentro. En las piezas de este conjunto se perciben espacios dentro de espacios, cuyos centros visuales son espirales ladeadas, líneas inclinadas, rectángulos, que acentúan las estructuras originales de los fragmentos del objeto encontrado.

El tejido de objetos en serie es uno de los rasgos de la obra de Isabel Cisneros. La escultura e instalación en su trabajo seriado pareciera indagar en la estructura de la materia, en las formas que se crean alejadas de nuestros sentidos y que fundamentan la vida; sus nudos y tramas o botones se asemejan a cadenas de ADN, o flores, como se manifiesta en la pieza Rhododendron Tsutsusi, 2010- Botones de plástico ensamblados con nylon-.

Es su hacer sutil, íntimo y recreador del mito del eterno femenino, como cadenas de existencias múltiples, a su vez tramadas en un delicado equilibrio. Amarre, nudo, urdimbre, trama son los fundamentos de este lenguaje que usa la técnica del tejido para alejarse de él, y moverse entre la dimensión del ser y el no ser. Al apropiarse de técnicas milenarias crea una expresividad desenfadadamente calculada. Su proceso creativo pareciera guiado por la espontaneidad y la intuición, pero también es regido por una lógica matemática inherente al tejido que le da un ritmo propio a cada pieza.

“Lo que quiero transmitir es textura y movimiento. Desde hace ocho años trabajo ensartando módulos pequeños, inspirada en las ideas de multiplicidad, adaptación, flexibilidad y economía de materiales. Asombrosamente para mí, las obras se fueron desprendiendo de su vocación abstracta de alfombras arrugadas y empezaron a animarse…” (Isabel Cisneros, 2010).

El arte contemporáneo ha asumido elementos de la cultura extraños para el arte con mayúscula, como parte de su lenguaje para adentrarse en meta-realidades y universos imaginarios. La creadora se convierte así en una investigadora de lo urbano en búsqueda de mercerías olvidadas. Entre extintos almacenes vuelven a la vida elementos disímiles con los que trama objetos escultóricos a través de la serialidad de botones, cuentas de vidrio, hilos de nylon, cintas de organza o plásticas, cierres. Con estos materiales genera un impacto estético en el espectador, que trasciende lo formal con una delicada concepción del gusto. El otro se confronta a obras integradas por materias que en un contexto distinto serían ignoradas, estos elementos y sus usos tienen una dimensión simbólica, son el inicio y el fin de un proceso. Estos tejidos escultóricos son creadores de nuevas realidades para ver, mirar y reflexionar sobre el arte y la realidad como cambio.

Lo sagrado en la obra de Luis Alberto Hernández se convierte en el centro de su lenguaje plástico, busca llenar el vacío que dejó en la civilización occidental la pérdida de la religiosidad como vínculo con el cosmos. Los relicarios son creaciones simbólicas, que se transforman en plegarias para reencontrar el sentido de la existencia y recordarnos la perennidad del alcance oceánico de la experiencia religiosa.

Estos ensamblajes y las técnicas mixtas que los caracterizan, incorporan el grabado, la pintura, la caligrafías esotéricas y objetos encontrados: caracoles, cruces, copas, sellos, rosarios, incensarios, estampas de vírgenes, rocas, que convertidos en laberintos hacen de cada obra un complejo simbólico. Discurso estético que asume en un deber ser de la multiculturalidad y sus manifestaciones religiosas y alegóricas de manera armónica a través del arte. Los objetos tradicionales que integran estos relicarios han sido buscados y encontrados por el artista a lo largo de años peregrinación por Egipto, los Emiratos Árabes, África, el Caribe, Oriente, Oceanía, Guatemala, Venezuela y Europa.

Así, uno de estos relicarios, una crucifixión, se ubica sobre una superficie mineral negra que recuerda la piedra sagrada de la Kaaba, corazón de la religiosidad islámica. En este conjunto encontraremos la copa asociada al cáliz de la Última Cena y a la búsqueda del Grial o la iluminación; también está presente en todos estos relicarios, el mundo tribal africano con sus formas, los símbolos de poder del antiguo Egipto, como son las fibras que imitan la cola del toro —icono del poder del faraón— que hunde sus raíces en la cultura y religiosidad africana.

El triángulo, el círculo y el cuadro están presentes con sus connotaciones filosóficas y esotéricas, vinculadas al helenismo y a la alquimia; al igual que lo afrocaribeño se manifiesta en los caracoles adivinatorios, ubicados en líneas y diversos ordenamientos en cada uno los relicarios; junto a nuestras raíces indígenas, a través del despliegue de los sellos yekuana y piaroa.

“En lo que a mí respecta, por mis venas corre sangre de lejanas y misteriosas estirpes africanas e hindú. Y aunque mi padre, diluido en la esencia de una historia triste anticipó el olvido de sus fuentes primordiales, el misterio permanece, convocando mis visiones para restituir su memoria” (Luis Alberto Hernández, Por un arte nómada, 2010).

Con este nuevo planteamiento de lo sagrado en la obra del artista, se hace eco de la hipótesis sobre la continuidad de lo sagrado en el arte venezolano, desde el mundo prehispánico hasta el presente, por tanto se podría decir que lo sagrado es una tendencia en la historia del arte nacional. Y muestra esta persistencia en una obra que se ha madurado desde el nigredo, hasta un acercamiento a la piedra filosofal y la filosofía Perenne, como diría Alduos Huxley.

El juego como metáfora de la existencia es parte del lenguaje plástico de Felipe Herrera, en su obra el ajedrez nos lleva hacia universos oníricos. Cada uno de los ensamblajes crea sus propias reglas y territorios, las piezas y los fragmentos de tableros plantean jugadas guiadas por una concepción estética que se fundamenta en la transmutación de lo cotidiano en simbólico, con lo que trasmite a cada obra múltiples lecturas.
“Pienso en el tablero de ajedrez como la simbología de la vida, como alegoría de la vida, porque, en principio la vida es una apuesta” (Felipe Herrera, 2010).

El artista ofrece enigmas visuales para ser descubiertos, como la mano que brota de una casilla o escaque negro, asociada a la muerte que a su vez lleva entre sus manos las huellas de la vida simbolizada en la manzana, que se vincula con la tradición judeocristiana del pecado, la sexualidad y en otras culturas con la inmortalidad.

La memoria como reinvención del tiempo se emparenta con este contexto plástico y conceptual en la presencia del reloj y del paso del tiempo. Cada acción de nuestra existencia —consciente o inconsciente— provoca una reacción, es la ley de causa y efecto y esta dimensión tiene resonancia en cada obra de Felipe Herrera a través de los complejos simbólicos que establece. Las casillas de ajedrez se convierten en sugerencia de la vida, la muerte, el bien y el mal, mediante los elementos que la acompañan: manos, rosas, corazones, raíces, péndulos, esferas, cubos. El artista transita desde el dibujo hiperrealista con toques expresionistas hasta el objeto surrealista y simbólico.

El objeto encontrado y repensado al ser recontextualizado, se hace eco de la interrogante que obsesionó la vida y obra de Marcel Duchamp ¿Qué es una obra de arte?, a lo que respondió: la vida es arte. Y esta reflexión todavía direcciona la creación contemporánea.

La obra de Felipe Herrera se encuentra impactada por la narrativa y la poesía, pues la palabra atrapa entre sus redes lo indecible: el amor, el odio, la muerte, el éxtasis. Sus piezas se caracterizan por títulos sintéticos como Maleta de memorias, 2010, o Taburete, 2010, que son poemas visuales, y que tienen sus antecedentes en Venezuela en la obra de Mario Abreu, con sus ensamblajes integrados por acumulaciones de cucharas, muñecas, tubos, objetos encontrados donde sintetizaba —en composiciones con estructura de mandala o de altar— nuestro ser colectivo y nuestra sensibilidad.

La maleta, elemento importante en el lenguaje de Felipe Herrera, está relacionada con lo transitorio de la vida, la caja como ventana y la analogía de la casilla del ajedrez, que al asociarse a objetos encontrados como un elemento propio de su lenguaje estético transforma cada obra en un juego conceptual y visual, entre lo bidimensional y lo tridimensional, donde lo que pareciera escultórico se puede llegar a confundir con el dibujo y viceversa. Las asociaciones que crea el artista a través de los múltiples elementos que integran estos ensamblajes se convierten en tensión de oposiciones.

“Impronta que surge del andar por la urbe, monitoreando esa cruda huella que se tropieza con nuestro andar cotidiano como lo son las tapas de visita de nuestros servicios básicos: luz, agua, gas, cloacas y teléfonos. Servicios actualmente convertidos en penuria y modificadores de nuestra vida, vida desde lo personal a lo colectivo, retratando a nuestro rico país como un territorio de carencias e incertidumbre.
Agua que no calma nuestra sed, luz que no ilumina de esperanzas nuestros deseos más inmediatos de realización humana.”(Alberto Asprino, 2010)

Del peregrinar por las playas del litoral, para recoger desechos traídos por las mareas, Alberto Asprino ha ido creando obras en las que el objeto encontrado se convierte en objeto contemplado, con ecos emocionales que nos llevan al surrealismo. Su territorio de búsqueda dejó de ser los despojos oceánicos, para convertirse en un artista urbano, que mira la ciudad como un totalidad inaprensible, pero donde el país representa su esencia en cada fragmento. El artista investiga la proyección psíquica del objeto, a su vez presente en nuestra cotidianidad, tal como ocurre con las problemáticas de infraestructura en las que Caracas se ha visto inmersa durante el 2010. Cómo hacer del objeto encontrado reflejo de estos nódulos, sin llegar a ser retórico sino generar reflexiones y diálogos internos en el espectador. Esta preocupación la materializó con uno de los elementos que menos llama la atención del citadino: las alcantarillas, una referencia a ese mundo subterráneo que oculta las contradicciones de la urbe. Estos mundos nos llevan a los nómadas de las calles, y a la crisis energética en que se encuentra nuestro país, que tiene un toque surrealista, pues que uno de los país de mayor capacidad productora de energía del planeta, viva una crisis energética, es una paradoja.

La re-invención del objeto de Asprino nos lleva en esta dirección a múltiples causas de una realidad absurda a través del frottage —técnica propia del automatismo y el surrealismo— de alcantarillas de agua y electricidad, obras que lo convierten en un arqueólogo urbano, a la pesquisa de la huella expresiva del objeto y no de su realidad empírica. Es un doble discurso como plantea la filosofía de Platón, cuando equipara nuestro mundo a las sombras de esencias que se proyectan sobre una pared.

Existe otra dimensión que no se debe perder de vista, y es que el proceso creativo de los frottage que realiza el artista en las aceras de Caracas, se convierte en una intervención urbana que genera sorpresas y expectativas entre los transeúntes y provoca la reflexión.

Eduardo Planchart Licea