Juan Carlos Palenzuela

Lo que a principios de la década, en marzo de 1992, podía parecer extraño, ahora es corriente: Enrico Armas es pintor. Aun cuando fundamentalmente se manifestaba como escultor, mucho antes de su primera individual como pintor, Enrico Armas se dedicaba al dibujo, a la acuarela, al Collage y a la gráfica. Es decir, al mismo tiempo que escultor se expresaba en plano bidimensional, pensaba en términos pictóricos. Insisto sobre el particular para despejar, una vez más, dudas sobre la cualidad de Enrico Armas como pintor.

En estos años noventa él ha incluido sus telas en la visión general de su arte, en la misma valoración que sus esculturas, sus instalaciones efímeras, sus acumulaciones de objetos, materiales y obras (en proceso o acabadas) y sus dibujos, tal como ha hecho en su serie de exposiciones entre 1997 y 1999.

Sin embargo, ya apreciamos una diferencia de concepto entre sus dos individuales anteriores y ésta: primero había un sentido de paisaje, de Collage, de presencia del dibujo y del apoyo del papel, de un toque cromático y competitivo tributario de algunos maestros, incluso venezolanos; después del espacio se saturaba, el color ocupaba todo el plano, lo constructivo regía la obra y parecía en pugna con la libertad del gesto.

Algunas referencias persistían, como subyugando al artista. La obra lograba sus climas. La texturas era una sus cualidades. Ahora conquista un sistema de signos, una autonomía propia de la pintura, un fraseo plástico en el que se presenta como el solo, como genuino autor. Siempre sus formatos han sido tan grandes. Persiste, igualmente, una noción y, en otras ocasiones, con el pincel, en trazos que pasan de la idea figurativa a la definición cromática del espacio.

El espacio en la obra de Enrico Armas es rico en materia, en color, en matices y en una fragmentación que incide en la irregularidad del plano. El Color es sobrepuesto, complementario, gestual y en transparencia. Los Planos son cerrados y múltiples y en contadas ocasiones se abren y permanecen en su propia valoración. Entonces son puntos focales, no importa donde estén ubicados.

El color viene desde la profundidad de la escena o irradia en intensidad y gamas de amarillo en un primera plano generalizado. Antes persiste la monocromía, ahora tenemos una paleta en base a puros. Ahora el color ocupa el espacio y hace formas, ideas de formas, siluetas elementos que son signos.

El artista implementa un sistema en el que el lenguaje se fundamenta en la geometría, entonces aparecen círculos, medio círculos y rectángulos; evocación de la naturaleza en paradigmas de árboles, y códigos de su propia iconografía, sobre los que se empeña, hace arquetipos, sugiere o subraya: la silueta de un caballo, de una cafetera o del cuerpo de la modelo. Esos signos son abiertos cuando unas pocas líneas indican el esquema del animal o del objeto, o cerrados cuando la figura del árbol es un mancha, un toque preciso que cambia de nota pero que insiste en la simplicidad de su sujeto.

El dibujo se puede hacer a lápiz, con la espátula -y ya lo hemos dicho en otras ocasiones- o con un lápiz sin punta. Ese dibujo es persistente. Es un fino trazado en medio de la pintura, del espacio inmenso de la pintura. La noción de caballo, ese motivo predilecto del artista, se mantiene como dibujo o como escultura, debido a su volumetría. El caballo estará en medio de un mundo inestable, caótico, o será parte del mismo, cuando su pincelada sea nerviosa. Alazán-fuego. "Ando en la mirada del caballo" leemos en un verso de Luis Alberto Crespo. Caballo y espacio como un sólo sitio de la pintura, con sus entradas, con sus líneas, con sus límites que no son tales, con el sentido de la imagen como totalidad. Se integra el dibujo y la pintura. El dibujo como evidencia, como espacio estructurado.

Pocas aperturas hacia el fondo presentan estos cuadros. La obra permanece en el plano. El espacio es constructivo aunque con vestigios de esbozos figurativos. A veces también se encuentran textos de puño y letra. El color es en desplazamiento. El color comporta una gramática del espacio. La figura es constructiva pero en una ocasión tiene corporeidad tal que introduce otra dimensión. Modelo en blanco, firme. Fantasmal. Allí está integrada a la pintura. La figura es trabajada plásticamente.

En cuanto a la escena, puede estar despojada de elementos figurativos o éstos ser llevados a su mínima presencia, dejando entonces al color y a la gestualidad del pincel, la amplitud del trazo, las medidas irregulares de la cuadrícula, el rol protagónico.

En cambio, el espacio está cargado de signos geométricos, señales e iconos que a su vez sólo son pintura, como resolviendo gráficamente el dilema plástico. Pura pintura con lugares de luminosidad total, con colores que no se ensucian, con breves nombramientos, una palmera, una mujer, un caballo. El formato es envolvente y establece un vínculo casi físico con el espectador.

Para Armas no hay nada fijo. Su pintura es esto pero también aquello. Así se debate entre lo constructivo y lo informal, entre lo constructivo y la depuración de la imagen, entre lo constructivo y lo irracional. La idea de sensación recorre la obra: sensación de color, de timbres, de alegría, de melancolía. El color es directo y en ocasiones construido en la paleta. El rojo es una constante y, como diría Ciriot, "el color de los sentidos vivos". Armas tiene necesidad de organizar, de nombrar desde el mirar imaginario que es esa zona pictórica entre lo abstracto y lo figurativo. Su dualidad es conceptual, temporal, espacial y del ser.

Caracas, Venezuela
Noviembre, 1999