Enrique Viloria Vera

Ataca de nuevo Cepeda, ataca con las armas que conoce: un innegable espíritu creador y un imaginario propio, inagotable, peculiar e insondable que desempolva el más oscuro rincón de sus emociones para ofrecernos, objetos, ensamblajes, dibujos de nuevo cuño, esculturas entre lo naif y lo oculto, que expresan el diverso y rico universo interior de uno de nuestros más genuinos creadores.

Cepeda indaga dentro de sí para confirmar que aquel sueño repetido es posible, que la visión súbita que tuvo en su adolescencia es realizable, en fin, que lo imaginado durante toda su vida es factible, cuando se posee, además de la emoción, un reservorio de temas y un arsenal de recursos a la mano que posibilitan lo aparentemente imposible.

Lo visto, lo leído, lo soñado, lo imaginado, lo que siempre quiso hacer y no se atrevió, se amalgaman en la emoción del artista para crear un mundo, su propio e interior universo revelado, en el que conviven músicos, pintores, gatos, perros, santos, putas, funámbulos, ángeles, frutas, jugadoras insectos. Dios y hasta el mismo diablo, que se erigen en personajes bizarros de ese mundo que Cepeda construye al revés, de adentro hacia afuera.

Todo es válido y todo es posible nos comunica el artista, cuando utiliza a saciedad los recursos de la imaginación y los medios e instrumentos que una sociedad ahíta desecha para que el artista los recicle y el arte se nutra y se haga con ellos Alambres, ventanas vetustas, animales de plástico, filtros de agua inservibles, medidoras, ganchos de pelo y de ropa, en fin, todo lo nimio e irrelevante es dotado por Cepeda de una capacidad plástica que, al integrarse con esa emoción irrefrenable del artista, produce objetos que nos conmueven, nos comunican, nos incitan, nos interrogan, nos asustan.

Cepeda ha convivido siempre con la vida y con la muerte, no le escapa al artista que una y otra no son antípodas sino complementos: que hay muerte por que hay vida y viceversa. Muchas de las obras de esta etapa de Cepeda son un canto a la vida, otras son un homenaje a la muerte, Vargas y el deslave, episodio aquel del que ya no quisiéramos acordarnos es convocado para el arte por Cepeda, objeto de que todos guardemos el más largo minuto de silencio que ha registrado el tiempo y la historia, cuando contemplemos esos deslaves del alma del artista.

Nuestro artista incorpora también al inventario de sus emociones a lo imposible en forma de milagro acontecido, de favor recibido, de gracia prodigada por un beato que todavía libra en los pasillos y las oficinas del Vaticano una batalla para confirmar una santidad que allá le niegan y acá le otorgan una y otra vez, de manera diversas, con devociones disímiles como de echo no son estos retablos "poco bizantinos" del artista.

Ironía, juego, cinismo, sarcasmo, diversión, burla, vacilón, están presentes en esta nueva etapa del trabajo plástico de Cepeda, y no podía ser de otra manera, por que el artista, como Velásquez, estando y no presente en cuerpo y figuras en su obra, es el protagonista exclusivo de todo lo que esta representando en estos autorretratos del espíritu travieso y juguetón de Cepeda.

Caracas, Venezuela
21 de febrero de 2001