Sofía Imber

Catalogar a Frank Hyder sólo como un artista de temática ecológica es arrojar poca luz sobre las obsesiones y preocupaciones que constituyen su trabajo, eficazmente contemporáneo. Para la lectura ilustrada de Fernando Savater, los ecologistas son fundamentalistas, por que permanentemente pugnan por salir de al utopía de la modernidad, tal vez, avanzando hacia un futuro - o regresando hacia un pasado - apegado a la naturaleza y sus leyes inexorables, a las cuales seguimos sujetos, aun a pesar de la modernidad. Si bien sus maderas desbastadas, intervenidas gestualmente, conformando altares retablos o cajas, objetos de claro contenido ritual, manifiestan claramente su preocupación por la relación en extremo precaria - entre el hombre y la naturaleza, su acercamiento a lo ancestral no ocurre como insurgencia frente a lo tecnológico, o lo global, sino más bien aventurando un dialogo con multicultural.

Hay algo de sentido común en sus preocupaciones, si recordamos a Jefferson criticó las ciudades en nombre de la democracia y de cierto empirismo político, que Emerson también lo hizo en nombre de una metafísica de la naturaleza y que Thoreau en Walden o la vida de los bosques (1854) propuso el regreso a una especie de estado rural que, se supone, sea compatible con el desarrollo económico de una sociedad industrial y que permita por sí solo asegurar la libertad, el florecimiento de la personalidad e, incluso, laverdadera sociabilidad; ideas que casi un siglo después el movimiento hippi tomara como suyas para la constitución de sus experimentos comunitarios.

Smithson, artista norteamericano del land art escribió en 1966 un artículo titulado La entropía y los nuevos monumentos donde presenta, bajo una visión entrópica del futuro del universo, a la tierra como un sistema cerrado que sólo dispone de un número de determinado de recursos. Consciente de esta entropía geológica por cuya acción los materiales de la tierra evolucionan y se van gastando, a Smithson le preocupaba más otro tipo de entropía: la cultural.

Basado en la tesis de Lévi-Strauss, de la existencia de culturas calientes que generan mucha entropía por ser sociedades estructuralmente complejas y culturas frías, que por ser primitivas o simples apenas generan entropía, ante el desgaste de nuestra cultura por estar muy desarrollada, propuso combatir la entropía cultural, sin soluciones nostálgicas o románticas como simplificar las estructuras de nuestra cultura volviendo a unos orígenes primitivos, a un tiempo y a una economía que dejen de apuntar hacia el futuro para detenerse en estados cíclicos, como en el fondo proponen todos los fundamentalismos.

Combatir la entropía de Occidente desde dentro del sistema y a través del arte fue su propuesta, y en ello hay un punto de coincidencia con Hyder, más allá de la proximidad generacional. Así como el interés de Hyder no debe ser considerado meramente ecologista, el encuentro de lo multicultural tampoco muestra un énfasis etnográfico únicamente: nada más alejado de las obsesiones del artista que la búsqueda del Buen Salvaje. Al centrar el diálogo en lo ancestral, su obra se consagra a la recuperación de una memoria de la mirada: la de la relación del hombre con el orden natural, en nuestros días tan llenos de información y contingencia, pues cuanto más sabemos más olvidamos.

Ya en el catálogo de su exposición en el MACCSI, en 1996, señalábamos que su obra remite a aquellos principios básicos de la comunión que existe ancestralmente entre el arte y el cosmos, en una especie de invocación universal para preservar la creación. Con él, estamos ante un artista cuya pasión por salvar el planeta de una posible extinción, sobre pasa el panfleto y se transfigura en lenguaje de profunda calidad plástica. Su hacer y su pensar, cercanos al espacio conceptual y físico de América Latina lo trajeron a nuestro país en 1991, con piezas en las cuales destacaba la conjunción de la fuerza del oficio y el dominio de la técnica con el carácter experimental en el trato con el material. Su discurso está enriquecido por la dimensión que otorga la reflexión sobre el peligro de la inminente desaparición de comunidades culturales y ecológicas en un planeta violentado por los excesos de un mal planteado progreso tecnológico y político. La madera y la pintura se trasmutan en pura energía y transmiten su propio grito contra los atropellos que impiden el digno vivir en armonía con el entorno, haciendo del suyo un arte en abierto diálogo con la sensibilidad y la conciencia de una existencia cuestionada por nosotros mismos.

Pero si debe reconocérsele por algo más que por su trabajo como artista preocupado por el destino de la especie, ello sólo podría ser por llevar sus obsesiones a su vocación por la docencia. Y es que Hyder es sin duda un maestro, en la dimensión plural de la palabra, la que lo revela como aquel que busca siempre las maneras de enseñar lo que se debe aprender. No pocas generaciones talleres, se han nutrido de sus investigaciones, de su interpretación de los puntos de cruce entre culturas y entorno natural y de la manera como los a plasmado en materiales y en conceptos, para contribuir a formar una conciencia y una sensibilidad más próxima, pero a la vez más universal, del mundo como hábitat del ser humano.

Esta exposición rinde homenaje a su doble condición de artista y docente, brindándole la capacidad multiplicadora de la institución museística. Que sea una llamada de alerta ante la realidad de nuestra precaria ecología humana y una convocatoria para la búsqueda de soluciones que reviertan su ostensible deterioro.

Sofía Imber
"Recuerdos del Mundo Nuevo"
Museo Jacobo Borges
4 de noviembre del año 2001 al 16 de mayo del año 2002
Caracas, Venezuela