Juan Carlos Palenzuela

Aun cuando desde 1959 Luisa Richter expone con regularidad en museos y galerías de Caracas, en su taller pueden apreciarse muchas de sus obras, especialmente aquellas fechadas desde los años setenta. No es que su obra carezca de circulación entre coleccionistas, sino que, más bien, su proceso creativo es muy intenso. No es por hacer una frase, pero es que, de manera cotidiana, exclusiva, Luisa Richter se dedica al oficio de la creación plástica.

De allí que, al plantearse una nueva exposición de la artista, se tenga en cuenta tanto su producción reciente, de 1997 - 1998, como obras de años anteriores, concretamente de los setenta y los ochenta, a modo de selección.

Volver a ver cuadros de Luisa Richter implica experimentar la certeza de acercarse a un lenguaje plástico. El suyo no se distingue por facilitar códigos de acceso popular. El suyo permanece entre planos y reflejos, entre cruces y conexiones, entre instantes y componentes, entre vacíos y plenitudes, entre la memoria y la metáfora, entre la tela y el papel, en fin, en los escenarios de la visibilidad.

En su pintura, Richter trabaja texturas, transparencia y planos de una geometría espacial. El sujeto de su pintura es el espacio y su fuga. Geometría en el espacio sin centro ni tiempo, en el cual, a veces, breves datos figurativos suceden en medio de planos, reflejos y el persistente sentido constructivo. Fuga por la profundidad del espacio o la disposición de las líneas. Fuga por el recurso del damero y por cambios visuales que genera. Pero ésta ha sido transitoria en su obra mientras que el espacio permanece y constituye el eje de su hacer. La fuga, entonces, se invierte en la idea de lo transitorio. Paralelo a su pintura tenemos su obra sobre papel, esos collages en base a antiguos grabados, dibujo, escritura y pintura, donde la artista muestra el valor múltiple de los signos; todo un potencial de líneas -(de papel, de pincel, de tinta)- que ensayan una gramática del espacio -- tiempo.

Las diagonales son muy importantes y constituyen tránsitos visuales alternativos a las líneas rectas, a los dinteles, al marco que aparece y reaparece. De su línea me ha comentado el maestro Iván Petrovszky que "son de carácter, siempre rectas, nunca ondulantes y por lo general de gran sobriedad". Líneas en vínculo y contrastadas.

En alguna época la crítica habló de expresionismo al referirse a la pintura de Richter, la misma manera que su paleta era de amplio registro cromático. Luego, en los años ochenta, predominaron los acentos azules en su pintura. Eran espacios cerrados, en perspectivas, en rombos que reflejan oblicuidad y viceversa, con círculos y cuadrados inacabados o abiertos, con un color tras el color, con gruesas líneas que estructuran los fragmentos de lo construidos, con una riqueza cromática que desplazaba. Progresivamente, las texturas, la dinámica de la materia y la agresividad de la imagen.

Después vendría un cambio no solo del color, sino incluso del recurso de la línea, muchas veces gruesas y en primer plano, como refundando lo acontecido en la obra. Timbre de grises y campos blancos como para signar una melancolía del pintor, de aquello que constituye una visión en permanencia.

Cuando vemos su óleo "Corte de tierra", de 1959, encontramos varias señales de todo su hacer: la luz que viene desde el fondo de la obra, las enérgicas líneas del pincel que enmarcan el espacio, un color entre gris, azul y negro e incluso su firma de autor en letra de molde. La afinidad con "Contornos", de 1974, es asombrosa. Los nexos con "La casa del olvido", de 1984, revelan la coherencia de un pensamiento visual. El fraseo con "Tacarigua", de 1988, comedido en su formulación, es propio de una visión que se sostiene en medio de su renovación. He oído decir a Petrovszky esta frase que define la pintura de Richter: "Tiene el cromatismo de la música de cámara ya que con pocos instrumentos alcanza la pureza tonal".

Roberto Guevara se refería, en 1980, a las telas de Richter como el "lugar de verificación", aquélla de la verdad individual, aquélla de la imagen como una experiencia de la realidad. Así mismo Guevara señalaba "el doble ámbito de los tiempos" que implica esta obra, por lo que también entendemos el espacio dual de la visión entre la condición interior del ser y los datos eternos de las circunstancias.

Ese doble ámbito Luisa Richter lo elabora a partir del blanco, de tonos blancos que puedan alcanzar el gris o atmosféricos azules y cruzar por medio de restos de ocres. Blancos de gruesos y fuertes trazos, blancos que pasan de uno a otro plano. Línea y color en un proceso de expansión o concentración, de instantes y perímetros. "Espacio Plano", fue el título de una serie de óleos suyos mostrados en Venecia en 1978. El blanco, dice Cirlot, "en cierto modo es más que un color" y seguidamente la atribuye el valor de simbolizar la totalidad y la síntesis de lo distinto". El blanco, entonces, como un elemento único que es, a la vez, atmósfera, materia, línea, gestualidad y signo. El blanco es la reafirmación de la imagen sensible.

Todo lo anterior para volver al punto primordial según el cual la obra es materia y forma. En el caso de Richter, sus formas expresivas no solo son cuadrados y rectángulos tradicionales, sino incluso pequeños óvalos, largos rectángulos y muy grandes o reducidos formatos. Además, no solo integra tela y papel, sino que incluso toma para sí, fragmentos de obras suyas - que por alguna razón no le interesó en su integridad - para reincorporarlas a nuevas creaciones. Su sentido del collage, en conclusión, no solo sucede en sus trabajos sobre papel sino también en sus cuadros.

La materia continúa condicionada por lo acumulativo, aunque desde que impera el proceso en base al blanco y el gris, su espacio, su signo, su grafía, se hace tras la luz, sucede tras su arquitectura. "entre la luz y las cosas" - diría ella misma. Luz que en su caso, tal como advertía María Elena Ramos en 1988, se comporta "como un hacedor de lo fluido, de lo inacabado".

A lo largo de los años la obra de Richter se caracteriza por una síntesis del lenguaje, por una persistencia de la pregunta existencial, por un empeñarse en lo visual que se fundamenta en la transmutación. Su obra es el resultado de una interiorización y su convocatoria se produce en el enigma que pudiera reflejarnos. "La pintura, dice la artista, trae a cada instante una nueva sorpresa".

Marzo 1999