Juan Carlos Palenzuela
 

Apuntes, bocetos y dibujos. Plumillas, tinta china y témpera. Acuarela y lápiz. Papel de dibujo, papel ordinario y papel de periódico. Formatos grandes pequeños y medianos. Tales son los primeros distintivos de los dibujos u obras sobre papel de Iván Petrovszky. Hemos estudiado en su archivo docenas de obras, y de allí obtenemos algunas premisas.

El maestro hace sus anotaciones en la plaza, en el banco público, en un momento de descanso. Los dibujos son plenos o simples; las figuras están solas o acompañadas -en ocasiones son individuos en medio de la multitud, grupos de solitarios- y lo único que impone en el espacio es el lenguaje plástico.

Ocasionalmente hay paisajes urbanos en la obra de Petrovszky. Vistas de ciudades. Siempre sobre papel, en aguada, en tintas o en témperas. Río de Janeiro, Nueva York, París y Caracas. Muchas veces busqué sus anotaciones caraqueñas y recién encontré la primera: una serie de edificios y cierta montaña de fondo, dieron la pista. La línea de esa montaña corresponde a El Ávila. La obra de Petrovszky es clásica. Es el eterno estudio de la figura humana, del cuerpo en el espacio; de las formas, del color y de la ilusión de la realidad. Es una obra que reitera de mil maneras estos puntos.

Aquí todo se sugiere. La silla, el banco, el piso - el jardín - o el periódico. Todo parece estar. Unas líneas de lápiz o pincel bastan. El modelo se estira, otea el horizonte, y todo a su alrededor es vacío, es forma - un-individuo-en-posición-tal-, y uno debe imaginarlo, completarlo, confirmarlo.

Después de volver a visitar a Petrovszky para escoger las piezas que conformarían el conjunto de esta exposición, me obsequió de nuevo un ejemplar de El pedestal con grietas, su libro de 1987, que ya había leído. Lo acepté con gusto y me puse a releerlo, sin orden, como recordando la lección. Esta vez me interesaron frases, sentencias que me remitían al grupo de dibujos que recién había seleccionado. "Los ojos reeducados por el arte moderno reconocen, legalizan, autentifican la obra..." Ciertamente, uno cuenta con una libertad total, que permite volver a ver y reestablecer coordenadas.

Volver a ver, por ejemplo, las docenas de dibujos de este artista, fechados entre los sesenta y los noventa, y encontrar allí la fortaleza del lenguaje plástico, el dibujo expresivo, los matices de grises y tierras que le distinguen. Hombres de pie, hombres leyendo periódicos, hombres abatidos. Parejas, vecinos, grupos. Seguramente desempleados. El dato mínimo, el rasgo, el carácter. "Sintetiza, pero no abstrae". También dice "busca lo real". Frases sueltas, no importan, pero que parecen corresponderle.

"Para el pintor, la representación, el tema, es sólo la excusa que le permite hablar de problemas plásticos. El tema, pues, es sólo un vehículo, un andamio que desaparece totalmente una vez terminada la construcción". Los ritmos del dibujo son fundamentales en la definición de la obra por parte de Petrovszky. Sus líneas a lápiz permanecen a modo de pentimento. "Las líneas de sus dibujos, andamios de edificación, se quedan presentes, siempre visibles, aun después de haber terminado la obra". Por lo que se toman como parte de la obra. Dibujos de modelos estáticos, en la calle o en el taller, quietos hasta lo petrificado y, sin embargo, hay rasgos, hay gestos de una gran animación. Sujetos, entonces, para analizar en todos sus detalles. Petrovszky recurre a la pureza del lenguaje para abordar gamas de ideas sociales.

Por otra parte, hemos aprendido a ver sus dibujos "maltrechos", sus pinturas "inacabadas", su obra apilada venciendo el tiempo. Para un purista el impoluto soporte es condición. Para Petrovszky no. Para algunos académicos, la obra tiene una sesión y concluye. Para Petrovszky no. Pasan los años y el cuadro sigue sometido al proceso creador. Así la obra transcurre en el tiempo como ciclo de angustia vital. Quien quita que algún día llegue la perfección o algo que aun no tiene nombre.

El mismo ha escrito: "Si un pintor dibuja un pordiosero, no lo hace por humana conmiseración, en plan de protesta, de acusación, sino por lo que le gusta-digamos-su silueta encorvada, los accidentes tonales o variaciones cromáticas de sus harapos, y se sirve de ellos como punto de partida para construir su cuadro". Así descarta el anecdotario. "Asimismo, si pinta un obrero, trabajando o echándose su siesta, no lo hace para la glorificación del trabajo, sino porque son actividades cotidianas de la vida". Son razones de ser, podríamos acotar.

Una memoria de lo citadino podría definir la obra de Petrovszky. Ello fundamentado en estricto lenguaje de la plástica. Tal como los clásicos. Allí están sus líneas enérgicas, gruesas, expandidas, haciendo fondo. Líneas de tinta negra, espontáneas, intensas, serenas. Líneas debajo del color y, en otras ocasiones, sus franjas o áreas de grises, de ocres, de gamas de azules y tierras, de ciertos amarillos y rojos y de pocos verdes. Así reposan las bañistas, conversan los amigos o hacen la cola en la parada de bus. Figuras anónimas, una detrás de la otra, abrumadas de ciudad, de años y de soledad. Rescatadas y ennoblecidas por un pintor. Así converge el modo y la forma; la idea y la expresión.

Quizás no haya nada más moderno que el periódico, esas hojas de simple papel capaces de resistir los despotismos. En papel periódico y en Nueva York, entre 1967 y1968, Petrovszky dibuja a los individuos que encuentra en parques y bancos. Están allí sin presión alguna y acaso concentrados en la lectura del periódico. Las columnas, las pequeñas letras, hacen de cuerpo. El vacío es el lleno y el éste es plenitud visual.

He aprendido a oír a Petrovszky en sus aforismos. "El arte es completamente individual", sería una de sus sentencias, en ese hablar suyo en medio de silencios, tal como impone su propia obra.

Caracas, Venezuela
Septiembre del año 2001