Por: Dra. Carol Damian

El escultor de hoy en día debe enfrentarse a tradiciones definidas por obras maestras del mundo antiguo, el genio del Renacimiento dominado por personalidades extraordinarias tales como Donatello y Miguel Ángel, y el modernismo de Rodin, sin olvidar los cambios radicales iniciados por el advenimiento del abstraccionismo introducido por Henry Moore, Brancusi y los muchos otros que han transformado nociones de escultura en el siglo pasado. Manuel Carbonell se ha dedicado a la creación de obras de arte que no solo rinden homenaje a este ilustre pasado, sino que también retan lo tradicional con sus actitudes únicas en cuanto a sujeto, símbolo y esencia. A lo largo de una larga y prolífica carrera, Carbonell ha mantenido categóricamente que él crea su arte para dar placer y que ve en la belleza de la forma, especialmente la forma humana, un medio de expresión y el camino hacia la verdad interior que marca la naturaleza esencial de ser.

Esta verdad interior se manifiesta a sí misma en una cantidad de temas universales que Carbonell explora en su obra. Bailarinas, Madres e Hijos, Animales, Atletas, Figuras Míticas e Históricas, Amantes y Desnudos están entre sus más prominentes temas. Estos aparecen en una variedad de poses e interrelaciones que van desde lo real a lo imaginario, de lo estático a lo activo.

El movimiento es especialmente importante para Carbonell. Reconoce que la insinuación de movimiento depende de la transición de una pose a la otra y el escultor debe abarcar totalmente la anatomía de lo real antes de transformarlo en una evocación de acción y participación. Con una sensibilidad moderna, Carbonell observa los métodos de abstracción que reducen y simplifican para transformar las formas naturales en sus temas esenciales.

Mediante la elongación y atenuación, la transposición de miembros y poses, la cuidadosa consideración del espacio positivo y negativo, crea imágenes que son tan efectivas como objetos abstractos como son celebraciones realísticas y reconocibles de los placeres de la vida. Cada forma es una representación de las sensaciones que experimentó en presencia de sus sujetos, o los que imaginó en su visión artística.

Carbonell es quizás más reconocido por imágenes que parecen mediar entre representaciones de realidad, tales como bailarinas, e interpretaciones elongadas, abstractas de sus movimientos. Las Bailarinas, en realidad el ballet como una forma de arte en sí misma, hace mucho que lo han fascinado e inspirado su obra. Como imágenes de placer y gozo, éstas especialmente comienzan a aparecer en su obra en una gran variedad de formas y se desarrollan como un sujeto único identificable con su obra después de abandonar Cuba en 1959. Su belleza puede verse como que le proporciona una oportunidad de escape a la pérdida del exilio en una gris Ciudad de Nueva York en los años ´60, cuando su obra cambió dramáticamente de temas académicos religiosos realizados en Cuba al comienzo de su carrera. En lugar de expresar la angustia del desplazamiento en tórridas imágenes de relevancia socio-política, Carbonell, con una nueva libertad para moverse más allá de lo académico, elige encontrar felicidad y olvidar el pasado usando su arte como expresión de felicidad y gozo, así la bailarina de ballet se convirtió en el sujeto de vitalidad y vida. La bailarina podía ser atenuada en un símbolo de movimiento físico y equilibrio, o como la visión elegante de la perfección anatómica, capturada en un momento preciso. El cuerpo, o cuerpos, de bailarines y bailarinas podrían también ser acoplados en poses aparentemente imposibles y balanceadas cuidadosamente como aves sobre una precaria rama. Se estiran y apuntan con brazos y piernas extendidos al tiempo que giran tranquilamente en el espacio al ritmo de lejanas aventuras musicales. Se eliminan detalles extraños, ahora reemplazados por la esencia de la forma que puede ser interpretada como un regalo del bailarín.

La sensibilidad de Carbonell a la belleza y potencial expresivo del cuerpo humano es igualmente revelada en sus muchas interpretaciones de amor materno. Inspirado por la imagen Católica de la Madre y el Hijo que tan prominentemente existe en la historia de la escultura religiosa, Carbonell comenzó su dedicación a la Virgen María en Cuba al crear una de las imágenes más reverenciadas de la Virgen de la Agrupación para la Asociación de Estudiantes Universitarios Católicos, en La Habana en 1954. Al tiempo que es aparentemente tradicional en la forma y considerada una obra de su período Clásico y Religioso en Cuba, la Virgen puede también ser vista como una indicación temprana de su interés en la simplificación con fines expresivos.

Los Amantes de Carbonell se convierten en uno, una entidad escultórica que es sobre los elementos formales de producción artística tanto como sobre el significado del Amor. Curvos contornos se repiten envolviendo gestos de manos y piernas alrededor de torsos voluptuosos; repetidos una vez más por las formas redondeadas de cabezas y otros rasgos anatómicos.

Ella está llena de gracia, si ningún detalle extraño que detracte su presencia espiritual. A medida que su obra se desarrollaba más allá de este período de dominio de la forma clásica, sus representaciones de madres e hijos y sus relaciones de afecto se tornaron más abstractas revelándose con la mayor simplicidad y amor. Un mero gesto o roce, la inclinación de la cabeza, o la disposición de las manos son suficientes para expresar su perdurable devoción inspirando asimismo la devoción del espectador.

Este mismo sentido de devoción está presente en sus muchas versiones de Amantes. Sus formas entrelazadas en gestos de dedicación y afecto. Los Amantes de Carbonell se convierten en uno solo, una entidad escultórica que versa tanto sobre los elementos formales de producción artística como sobre el significado del Amor. Curvos contornos se repiten envolviendo gestos de manos y piernas alrededor de torsos voluptuosos; repetidos una vez más por las formas redondeadas de cabezas y otros rasgos anatómicos. Cuidadoso al componer cada pareja en términos de ritmos orgánicos basado en la abstracción (abstracción biomorfica) y el inherente humano, Carbonell trabaja sus volúmenes hinchados para capturar la vida en su mayor expresividad. Utiliza la escultura como un vehículo para su interpretación personal tanto de la naturaleza como del arte. No existen alusiones extravagantes a alegorías, mitología o narrativa literaria. Más bien, Carbonell libera el medio de la escultura para convertirse en el medio de expresión de su vocabulario visual personal.

Manuel Carbonell asume la creación de la escultura como un tallador. Aun cuando la mayoría de sus obras terminadas están vaciadas en bronce, debe comenzar su concepción como una forma plenamente desarrollada que finalmente será reemplazada por el metal fundido. Comienza por visualizar el sujeto y tallarlo, permitiendo que la figura emerja desde el objeto sólido para convertirse en la forma imaginada. Siente las fuerzas creadoras de vida en los materiales orgánicos a medida que el artista se convierte en el catalizador de su aparición como sus sujetos escogidos. A medida que trabaja el material, Carbonell logra un balance de volúmenes y proporciones abstractas. Aunque a menudo distorsionada a través de la atenuación de miembros, proporciones agrandadas y el acompañamiento de una reducción de detalles, cada forma es un signo exterior de vida espiritual y mantiene la habilidad de retratar sentimientos internos. El orden estético es dictado por las sensaciones internalizadas del artista más que por una precisión anatómica. Aun cuando este enfoque de la escultura puede interpretarse como un desplazamiento de la apreciación y comprensión del espectador hacia el creador, y al objeto en sí mismo en lugar de la respuesta del espectador, en la escultura de Carbonell, tanto el creador como el espectador están involucrados en el proceso de respuesta emocional. Cada obra posee un sentimiento conmovedor hacia lo interno hacia toda la humanidad que resulta tan romántico como lo es moderno en su sensibilidad.

A medida que su carrera progresaba, la mudanza de Carbonell a Miami en los años 1970 debe ser vista también como una oportunidad para explorar aún más el potencial de sus materiales en un nuevo ambiente de sol y familiaridad. Continuando con su interés en los mismos temas, mantiene una preocupación como escultor por las virtudes propias del arte – sensibilidad al volumen y a la masa, el juego entre vacíos y protuberancias, la articulación rítmica de planos y contornos, y la unidad de concepción que informa cada visión. Su estilo plenamente desarrollado lo une tan cercanamente a la tradición clásica como sus distorsiones y elongaciones marcan su preocupación personal y creencia infalible en la humanidad. El mundo visible de bailarinas y amantes velaban su esencia, y la escultura fue el medio de revelar su belleza. El sentido propio de Carbonell de los valores escultóricos está basado también en la seguridad del dibujo y la fuerza del contexto intelectual que inspira cada tema. Finalmente, Carbonell es un maestro de su medio, con la habilidad innata para lograr su imagen bidimensional como un objeto tridimensional con espacio, sombra y volumen.

El camino desde el idealismo clásico a los principios de la abstracción que inspiran a Carbonell a transformar sus visiones imaginativas en obras de arte está basado en un proceso de refinamiento estético hasta una pureza de forma que es casi básica en su simplicidad y estabilidad. Al reflexionar sobre la serenidad de un arte antiguo, mira hacia la unidad de la masa esculpida como la fuente de sus propias ideas sobre los placeres de la vida. Sus esculturas se tornan en la personificación de fuerzas naturales, con gracia y armonía, los factores de unificación que distinguen de otros la obra de Manuel Carbonell, y que para siempre ayudan a mantener nuestro aprecio por todas las cosas bellas.

Por Armando Álvarez Bravo

En los numerosos ensayos y aproximaciones críticas que a lo largo de los años he dedicado al maestro Manuel Carbonell, cuya reunión formaría un libro, siempre he exaltado dos características centrales de su quehacer que se conjugan y encarnan en obras excepcionales. Son, por una parte, su acabado conocimiento y refinado sentido de la anatomía y su capacidad de fusión sublimadora de ambos en razón absoluta de expresividad y, por otra parte, su monumentalidad. Esta es tan real en un significativo número de obras de gran envergadura física realizadas en décadas de fecunda labor, constante desafío creativo y una extraordinaria obstinación que le ha llevado a superar toda suerte de adversidades para él crear es la más poderosa razón para vivir, como inherente a cualquiera de las esculturas de su copiosa producción.

La monumentalidad, es esencial subrayarlo, no es y nunca puede ser exceso. Llevar cualquier cosa más allá de sus dimensiones reales no la exalta ni le otorga la categoría de lo excepcional. De hecho, ese desdibujo volumétrico puede desvirtuar el sentido y esencia de lo que busca magnificar. La escultura es confluencia de anatomía y forma. En su labor escultórica, el maestro Carbonell lleva la anatomía a supeditarse a la destilación de la forma. Este es un proceso que formalmente tiene la precisión de la mecánica estelar. Su definición es lo que permite al artista el hacer que su escultura encarne con la poderosa evidencia y gravitación de la monumentalidad o que, en dimensiones menores, sea un latido en que alienta constante la potencial monumentalidad.

El registro temático de la obra de esta figura mayor de la escultura cubana y latinoamericana, que desconoce la diferencia entre el arte clásico y el moderno, ocupa un espectro en que reconocemos temas dominantes: el indio, la maternidad, los amantes, el cuerpo humano, la danza, los animales, la naturaleza, la historia y sus protagonistas y lo religioso. Absolutamente todos esos aspectos han sido explorados y plasmados por Carbonell y han alcanzado su expresión definitiva en obras monumentales.

Se puede establecer el inicio cronológico de la monumentalidad en la obra de Carbonell en 1954, cuando obtuvo el primer premio de la Bienal Hispano-Americana de Arte, celebrada en Barcelona. La obra galardonada fue “El fin de una raza”. Esa pieza, que se ocupaba de la extinción del indio cubano, fue anuncio y anticipación de una de las constantes temáticas del quehacer del escultor que, ya exiliado en Miami, acometería una serie de esculturas monumentales sobre los indios tequestas. Una de las más significativas expresiones de esa senda de su creación es el excepcional conjunto escultórico del puente de Brickell Avenue, en que figura “Familia tequesta”, que combina el discurso histórico y la naturaleza, buscando establecer una identidad tanto cultural como geográfica. De igual suerte en ese espíritu: “El centinela del río”, en Brickell Key. Es relevante precisar que en estas obras al igual que en esculturas monumentales ejecutadas años antes, como “Madonna de Fátima”, en New Jersey; “El águila del Bicentenario”, en Washington; y “José Martí”, en Key West, entre otras, en que la concepción y estética de la obra tienen un esencial sentido narrativo, el artista muestra un apego a una depurada ejecución figurativa.

Un recorrido por la producción que, simultáneamente a su línea figurativa, ha realizado el escultor, nos muestra la incalculable capacidad del maestro Carbonell para llevar a la forma a los máximos de suprema estilización que le fascinan, sin que por ello merme o se desvirtué la esencial identidad de la imagen plasmada. En las esculturas de estos últimos tiempos que se inscriben en este orden inscrito en los signos de la monumentalidad, el creador alcanza dar a la figuración, el espejismo y la impronta abstracta. Lo logra al resaltar las esencias inherentes a la figura o tema acometido. Ejemplos definitivos de esa cristalización de decantación y pureza de líneas, intensidad y una confluencia de fuerza y delicadeza, son obras como “Couple in Love”, “Family Love”, “Lovers” y “Torso”.

La final elegancia, refinamiento y belleza que imprime este gran artista a sus esculturas son producto de varios factores. En primer término, de su pasión por el dibujo y de la importancia que le adjudica como absoluto fundamento de cada obra. Por otra parte, su constante estudio y profundo conocimiento directo de la historia del arte le ha servido para establecer en la andadura de los años, una firma de estilo que se incorpora al caudal del arte universal y lo enriquece. De extrema relevancia, su decantación de la anatomía. Esta determina en sus piezas más libérrimas que, al devenir arquitectura esencial de la forma desde una condición que podemos designar como diamantina, plasme desde el despojamiento, una exaltación de lo esencial y arquetípico de la criatura.

Algo que define de manera singular a la escultura del maestro Carbonell y que frecuentemente, cuando se considera la monumentalidad de cualquier obra se ignora o pasa por alto, es la capacidad mágica que logra establecer el artista entre la pieza y el observador. Ese vínculo es producto, más allá de lo imponente del tamaño y la belleza y la perfección de la obra, de la inmensa sensibilidad del creador para captar, interpretar y plasmar estados de ánimo, sentimientos y pasiones con una arrasadora sensibilidad y autenticidad.

En la obra monumental de este grande se resume y exalta en un tiempo en que la creación padece en mucho, entre tantas otras cosas, el haber olvidado y despreciado su esencia, razón, proyección, destino, valores y, tanto, el deber y los dones del oficio ese estandarte de la maestría que aduna fraguando desde la intimidad de la grandeza, la grandeza de la intimidad lo esencial de la belleza y su más. La monumentalidad del maestro Carbonell es la misma monumentalidad del tiempo que es materia de sus bronces y es la más definitiva celebración de la fuerza, el movimiento, la fijeza, la delicadeza, el éxtasis y el latido mismo de la existencia.

Colectiva de artistas de la galería. Participan: Oswaldo Vigas, Luisa Richter, Asdrúbal Colmenárez, Miguelñ von Dangel y Luis Alberto Hernández