Beatriz Sogbe

Julián Cracq en su obra “En lisant en écrivant” analiza que hay creadores que fueron malinterpretados en su momento, considerados anacrónicos y que, a lo largo del tiempo, fueron vistos como “portadores de una visión nueva”. Cracq ejemplariza esto haciendo referencia a Stendhal (1783-1842) al cual "en el siglo XIX, se le calificaba de hombre del siglo XVIII y perdido en el siglo XIX. Finalmente, en el siglo XX, fue entendido”.

A partir del siglo XX se creó una obsesión: la de formar parte de las vanguardias. Con la aparición incesante de nuevas tecnologías y medios, algunos artistas han caído en la trampa de que la novedad consiste, en el uso y manejo de esas nuevas tecnologías y no, en el manejo de un discurso inédito. No se analiza de qué manera se inserta el artista, en ese nuevo soporte. Eso hace, que los artistas que forman parte del primer mundo –con mas recursos y patrocinantes–, puedan ofrecer productos más acabados tecnológicamente y que los artistas del tercer mundo ofrezcan verdaderas caricaturas de esos géneros. Por ello cuando se carecen de estos recursos es a veces menester, utilizar los medios tradicionales, con nuevos ingenios. Porque lo importante no es el soporte, sino el aporte.

En el mundo de la plástica podríamos recordar a Claude Monet. Cuando decide refugiarse en su jardín de Giverny, la mayoría pensaba que lo que desarrollaba era demodé y anacrónico. Igual ocurrió con Morandi. Después que expusiera su “pittura metafísica”, nadie pensó que con unas teorías de objetos utilitarios, pudiera lograr un manifiesto. Y sabemos hasta donde llegaron.

En Venezuela hay varios casos paradigmáticos. Me detendré en el más evidente: Pedro Centeno Vallenilla. Mientras el taller libre de arte, los disidentes y Villanueva realizaban la integración de las artes en la UCV, paralelamente, Centeno realizaba su trabajo. Se consideraba una pintura demasiado amanerada y académica.

Tuvo que llegar la posmodernidad para que se entendiera que el arte nunca se detiene. Que la aparición del abstraccionismo, en el siglo XX, significa abrir nuevos caminos, más no la muerte de los antiguos géneros. Por lo contrario, se traduce en nuevos retos para sus seguidores. Es como pensar que la fotografía significó la muerte de la figuración. El asunto no es la manera de decir las cosas sino la calidad, el aporte y el avance de las mismas, sin importar el soporte o el medio con que se realice.

Para un europeo puede resultar confuso analizar la obra de un latinoamericano. Pero cualquier venezolano reconoce de inmediato lo que proviene del Zulia: su lago, su virgen, su gentilicio. Una zona de altas temperaturas y humedad. Un lugar donde el exceso de luz enceguece las pupilas. No es de extrañar que sus casas populares se pinten de colores muy brillantes y contrastantes. Entre tanta luz no se ve nada. Por eso sus artistas –en su mayoría–, pintan de colores muy fuertes. En esa latitud no es posible matices de tonos fríos. Allá todo es estridencia. Es una característica –casi siempre presente–, en un artista zuliano. La otra, es la gran cantidad y calidad de los mismos. Es tan abundante como el petróleo que brota por todo el ámbito. Un lugar de muchas búsquedas, aportes y angustias. El europeo no conoce de estos avatares, porque allá todo está hecho. Aquí todo está por hacerse.

Karem Arrieta (Maracaibo, 1964) pertenece a una generación reciente de esos artistas. Posee las referencias propias de un marabino: colores fuertes y pasión por el dibujo. Se le identifica con los pintores venezolanos Ender Cepeda –también zuliano–, y con el maestro Luis Domínguez Salazar. Ambos figurativos y diestros dibujantes. Arrieta parte de fotografías antiguas de niños y personajes. Aquellas en que las personas posaban, de manera rígida, para nóveles fotógrafos, de fines de siglo XIX e inicios de siglo XX. Arrieta, las trabaja y las desdobla. Su lucha es con el espacio y la ilusión. Es esencialmente una dibujante prestada a la pintura. Sus personajes traspasan el tiempo, con mallas fantásticas y elementos oníricos, que filtran la barrera de dimensiones y planos.

Es una pintura feroz, sin concesiones. Cumple con el ritual de perturbar al observador. La primera sensación es de estupor ¿Son cursis estos personajes? ¿Qué tienen estas figuras del pasado que nos atrapan con sus miradas de rabia y fastidio? Una segunda mirada, comienza a recorrer esos niños rígidos ¿son en verdad infantes o son fantasmas? ¿Quiénes son estos seres que vienen a molestar nuestra tranquilidad? ¿O somos nosotros quienes los estamos importunando?. Finalmente, el drama se mueve detrás de las tramas, donde aparecen los ángeles y seres, y se transporta la memoria que no tiene fronteras, ni límites. Las celosías tamizan la luz y los vivos colores. Se pierden las miradas en el infinito del tiempo. Llegados a este punto entendemos que estamos ante una obra que llegó a un camino diferente.

Las piezas de Karem Arrieta están en evolución constante. Actualmente reside en París, pero su pensamiento sigue en Maracaibo. Es una obra en proceso –dependerá de ella su desarrollo–, pero ya encontró un sendero que sin apartarse de sus referencias locales –climáticas, sociales y plásticas-, va fundiéndose con las vivencias y el peso de la vieja Europa.

París, Francia
Julio del año 2004

Patrik-Gilles Persin
 

Frente a la obra de Karem Arrieta, ante tal evidencia, un hecho preciso se impone a cada uno, neta y claramente: su pintura y sus trabajos sobre papel no se inscriben en ningún marco habitual estético, como tampoco en los movimientos del gusto institucional, y aún menos en las amplias avenidas, tan frecuentadas, de las pasajeras modas de nuestro tiempo. A partir de lo cual conviene precisar, que su pintura como sus dibujos, solitariamente, evolucionan con felicidad desde los refinamientos de la apariencia hasta las vías más indefinibles, más oscuras de la ilusión. ¡Así, la artista hace que numerosos espectadores poco atentos, apremiados, se confundan. Como ocurre a menudo¡ Aquellos incluso que declaran con complacencia, no ver allí más que una obra surrealista, o kitsch, o más aún estática, y por qué no mórbida y mucho más. Confundiendo todo del relato y del concepto ¡

Los que, más delicados, toman su tiempo, los que, mejor que otros, gustan observar realmente, descubren rápidamente todo un universo fantasmagórico, absurdo, fuera de lo común e indudablemente único. Es eso exactamente lo que hay que ver; cada uno por su puesto observa la obra, sin nunca olvidar lo que quiere decir figuración.

Hoy sabemos perfectamente bien, que fue necesario el nacimiento de la abstracción para conocer el verdadero sentido de la palabra <<Figuración>>; la cual siempre determinará lo visible así como las formas. Por intermedio de sus estudios y publicaciones, numerosos etimologistas o exegetas se entregaron con entusiasmo a este tema. Esta claro que no debemos absolutamente descuidarlo. A través de los sistemas de conocimiento y la diversidad de culturas, Karem Arrieta traza, al parecer con una firme determinación, su camino creativo.

Nacida en Venezuela, rápidamente se impregnó de lo que sus raíces le aportaron, le dieron a ver ó a soñar. Su imaginario es totalmente excepcional, y la manera como lo usa, nos sorprende y nos asombra, a veces incluso nos preocupa, o por lo menos nos perturba. Pero, sobretodo hay que alegrarse de esta sucesión de versiones evolutivas. Las alternativas infinitas que nos da de viejas imágenes, caducas, anticuadas, sudamericanas o no, recuperadas, creámoslo, en los baúles de esos fabulosos graneros donde los herederos de las abuelas atentas y tiernas las acumularon. Es a través de esos recuerdos, en álbumes y publicaciones para las niñas de las buenas familias, al estilo casi universal de ese entonces, que Karem Arrieta parece inspirarse permanentemente. Esto se deriva naturalmente de la ilusión que se nos da, a partir de su pintura.

En realidad la pintora, voluntariamente, nos induce al error y nos conduce sobre falsas pistas. Nos da a ver todas esas imágenes desde el punto de vista de lo probable y lo posible. Nos conduce así directamente en la vía de las apariciones, a través de planos, formas y conceptos mucho más complejos.

La apropiación del tema por Karem Arrieta, o mas bien de los temas que ella nos destina, son de una cosmogonía diferente, salidos de unos sistemas de conocimientos inusuales. Fuera de los convenios, por lo tanto, fuera de las sendas andadas (ya lo dijimos), nos convence por la ambigüedad de una escritura que no deja nunca de ser determinantemente contemporánea. De hecho, si se quiere estar bien atento al relato, la desmultiplicación de los planos en la composición pasa por varios sistemas de encerramiento del espacio. Hasta cierto punto, son claustros con ornamentaciones diferentes, que soportan emblemáticas imágenes, generalmente de animales, repetitivas, tratadas en siluetas, cuya presencia discreta, pero finalmente atractiva, parece irresistiblemente dramatizar el relato probablemente bienaventurado.

De un cuadro al otro, se encuentran estas mallas, cuadriculas con conformaciones y ritmos a menudo similares, y cuya estructura se debe ignorar: ¡cartón recortado, madera, metal pintado, poco importa! Es, una vez más, una parte de los sueños de la artista, quien se propone conservarlos solo para ella. Como quiera que sea, las distintas profundidades del decorado suplantan antiguos paisajes exuberantes con aire quizás marcados de demasiado exotismo, y de muchas referencias.

La imagen, transmutada en icono, de esos niños fijado en el celuloide, y cuyas miradas no llegan a taladrar sus ojos de vidrio pintados, casi siempre nos muestran niños-muñecos, sujetos muy jóvenes de grabados antiguos, modas descoloridas por el tiempo y regeneradas por Karem Arrieta que, feroz, decide denunciar con la mayor firmeza, lo ridículo de una época afortunadamente pasada.

Más verdadero que real, esta iconografía << passèiste >>, no cierra la herida, sino participa a su supervivencia. ¡Karem Arrieta no olvida! Pero la pequeña niña que fue, si tuvo en ese entonces, la posibilidad de consultar esas antiguas revistas, ciertamente soñó. Ante esas referencias que hicieron extasiarse las muchedumbres a finales de siglo XIXº principios del XXº, se puede también ver en su obra una especie de patada en el trasero gigantesca hecha por el artista, a través de una pintura de apariencia ortodoxa, al clasicismo estético de la pintura académica, contemporánea con la época de las ilustraciones infantiles que ella utiliza desde hace años.

Una apariencia de más en esta obra, donde las carnaciones de porcelana, técnicamente, sutilmente utilizados, alejan al <<amateur>> de todo realismo, en beneficio de una poesía rugosa, áspera, extrema, sin estar nunca privada de sensibilidad. ¡Las trampas tendidas por Karem Arrieta son numerosas está en nosotros de no caer en ellas! La cosa no es fácil, ya que el encanto marcha, a pesar de todas las gradaciones, generalmente positivas, aquí formuladas. ¿Pero entonces, cual es el estado de ánimo en el cual se encuentra la pintora, sola en su taller, ante su tela en curso? ¡Nadie lo sabe, pero las suposiciones son numerosas!

La soledad creativa se acompaña a menudo del maravilloso, voluptuoso concepto de secreto. El secreto y sus turpitudes... Por supuesto que eso no puede, de ninguna manera, darnos a ver una pintura feliz, plena, y sin embargo tan desbordante de vitalidad. No es tampoco el lado opuesto: una obra desvirtuada, desviada. Aquí, no hay miserabilísimo, ni todas esas etiquetas en <<istmo>> que ayudan tanto a los que deciden definir todo acto creativo. Se habla de una obra que, en un lenguaje que parece simple, legible, es una pintura reactiva, contestataria.

¿En qué margen está entonces Karem Arrieta? Evidentemente, ella vive intensamente, en lo más profundo de ella misma, los hechos terribles y sublimes de una agitación nacida de la herencia de la vena imaginaria de sus ilustres ancestros, raíces incluso de una pasada cultura nacional densa. Constante, sin duda conscientemente, pinta con una singular coherencia personajes almidonados, alisados, demasiado impecables para motivar, hoy, la menor credibilidad. He aquí protagonistas trágicos, travestidos permanentemente. Esos adultos disfrazados en niños felices, intentan, lo mejor posible, ocultar así sus almas marcadas de heridas profundas, de esos rastros inquietantes que son terribles estigmas suscitados por la negatividad de la naturaleza humana perpetualmente provocadora.

La inquietud de Karen Arrieta se lee en cada instante del cuadro, sin excluir nuevas aspiraciones. Así se define, con el paso del tiempo, nuevos ejes principales para la artista. Hechos imperativos que ella intenta explicarnos por medio de una pintura sólida. Ya cruzó las inevitables etapas intermedias de un camino árido que Karem Arrieta recorre con pasión desde hace más veinte años, cuando era aún estudiante, en Maracaibo. Y hasta sus ultimas composiciones, que nos presentan aquí, no ha cesado de enriquecer un vocabulario, tejer un pensamiento que se basa en un contexto histórico y social, donde el partido tomado narrativo destaca el equívoco de la relación entre la realidad y la representación.

París, Francia
Julio del año 2004

Contemplar nuevamente la pintura de Karem Arrieta es como volver a mirar una y otra vez aquellas viejas fotografías de una niñez que pareciera haber quedado tan lejos. Dar una nueva ojeada a esas imágenes de un pasado lejano que algunas veces parece ser solamente ayer. Es cerrar los ojos y ver como nos envuelve en un entorno donde la alegría y la nostalgia se confunden en una única y extraña sensación. Son una serie de personajes infantiles identificados con la inocencia propia de la edad y de la ingenua mirada, son ellos los que han llevado a la artista a través de ese largo viaje imaginario por un mundo infantil pleno de ternura y recuerdos que traspasa el vínculo existente entre ellos y su creadora para incluir al espectador.

Karem Arrieta transporta esos pequeños personajes, sus objetos y acompañantes a su mundo actual. Elaborados con una exquisita precisión y llenos de color, destacan la mirada y la pose. Miran y son observados. Combinados con un trasfondo de elementos figurativos que parecen estar vigilándolos, observándolos desde un espacio invisible, velando que la escena no sea interrumpida, alterada, que permanezca así como está, que mantenga todo ese ambiente de remembranza y melancolía, que no le quiten la inocencia que esos personajes infantiles nos trasmiten.

Nuevamente nos complacemos en presentar la obra reciente de Karem Arrieta, ya lo habíamos hecho en el año 2002. Un exquisito dibujo y una técnica aún más depurada nos acompañan en esta selección de obras que seguramente serán de la complacencia de todos.

Tomas Kepets
Director
Abril del año 2005