Susana Benko
 

Visitar una nueva exposición de Iván Petrovszky constituye un merecido homenaje para este artista húngaro-venezolano. No cabe duda que Iván es incansable y siempre tiene qué mostrar.

La Galería Medicci se ha propuesto desde hace tres años exponer sistemáticamente la obra de este magnífico pintor.

Desde su llegada a Venezuela en 1945, Iván ha tenido una activa participación en la vida plástica del país. De inmediato realizó exposiciones y participó en salones en los que recibió los aplausos y el reconocimiento de la crítica. Ha ganado desde 1946 los premios más importantes: el Michelena, el Planchart, el D' Empaire, el Premio Nacional de Dibujo, etc., e incluso fue merecedor por segunda vez, hace apenas cinco años, del Gran Premio Salón Arturo Michelena.

Todos estos aplausos los recibe un artista que ha sido consecuente con su concepción e intereses plásticos. Por lo general su actitud es distante o ajena a las agrupaciones y tendencias de moda. Iván ha obrado en forma solitaria pero a la vez integrada al contexto cultural en que le ha tocado vivir. Participa en salones junto a jóvenes artistas sin inhibirse por su posición consagratoria o brecha generacional. Su relación con el arte es el de un pintor que asume su oficio, basando su trabajo en la investigación permanente de los medios plásticos y expresivos que son los que caracterizan su obra a lo largo de todos estos años.

La representación de un motivo o escena de la calle es para Iván mucho más que la anotación de un hecho anecdótico. Es el puente que le permite hablar de los problemas plásticos. El tema es sólo un vehículo, un andamio –como él mismo lo describe- para indagar en los hechos que a él le interesan. Por eso, los temas se reiteran y muchas veces son los mismos.

Pero este recurso le permite obrar con mayor profundidad. Actualmente Iván trabaja esencialmente con técnicas acuosas sobre papel y, en la intimidad que estos medios le permiten, ha llegado a profundizar en la riqueza del color. Indagando en los complementarios, logra “sintonías de color” cuyas combinaciones eran, hasta no hace mucho, inusuales en su producción plástica.

El espacio es concebido en función del hombre. Se trata, como el artista señala, … ”de un espacio homocéntrico: del hombre como medida del hombre, único ser capaz de medir”. Es entonces su instrumento compositivo por excelencia y la referencia inmediata que canaliza las proporciones de la imagen creada. También es, de algún modo, la justificación racional de su soledad. Partiendo de este principio, puede componer conjuntos: hombres trabajando, durmiendo, leyendo, jugando ajedrez; madres embarazadas o personajes disfrutando simplemente de un baño de sol. Todos son captados por esa mirada analítica del pintor: … “Reconozco que lo constructivo existe. En mí hay un escultor que nunca se ha expresado sino en el dibujo y la pintura”.

Este enfoque racional de la creación plástica le permite “manipular” los ángulos y los puntos de visión de sus personajes. Con esta “manipulación” busca la expresividad de las formas que es lo que finalmente otorga sensibilidad y belleza a la obra, esenciales para su condición artística. Cualidades semejantes son logradas mediante las atmósferas creadas por el carboncillo, las texturas resultantes de las letras impresas del papel periódico o la delicadeza de la línea mediante el uso de la plumilla. La expresividad de la línea se combina muchas veces con la riqueza tonal de la mancha. Con estos recursos se busca la espontaneidad, la síntesis, la transparencia, la movilidad y la armonía en un dibujo.

En la pintura opera de modo distinto, ya que el óleo le permite concebir figuras y paisajes urbanos mediante planos de color con un enfoque más constructivo. Sea el medio utilizado -dibujo o pintura-, la esencia del trabajo de Iván es el dominio sensible de la técnica, logrando trascender al solo virtuosismo manual.

Por otra parte, Iván es un artista que sabe cuándo concluye la elaboración de una obra. No le gustan los detalles ni los excesos, aunque reconoce que el dibujo debe ser impulsivo. Por esa actitud equilibrada, domina la técnica. Al dominarla, la imagen es espontánea y expresiva.

“La técnica –señala el artista- permite estar por encima de las vicisitudes emocionales. Sólo de esta manera es como se puede pasar a formatos de diferentes tamaños, cambiar los materiales y soportes, etc.” Es tener el dominio de los medios expresivos en las manos para construir en todas las maneras y variantes su ciudad-universo.

Caracas, Venezuela
Septiembre del año 2000

Juan Carlos Palenzuela
 

Apuntes, bocetos y dibujos. Plumillas, tinta china y témpera. Acuarela y lápiz. Papel de dibujo, papel ordinario y papel de periódico. Formatos grandes pequeños y medianos. Tales son los primeros distintivos de los dibujos u obras sobre papel de Iván Petrovszky. Hemos estudiado en su archivo docenas de obras, y de allí obtenemos algunas premisas.

El maestro hace sus anotaciones en la plaza, en el banco público, en un momento de descanso. Los dibujos son plenos o simples; las figuras están solas o acompañadas -en ocasiones son individuos en medio de la multitud, grupos de solitarios- y lo único que impone en el espacio es el lenguaje plástico.

Ocasionalmente hay paisajes urbanos en la obra de Petrovszky. Vistas de ciudades. Siempre sobre papel, en aguada, en tintas o en témperas. Río de Janeiro, Nueva York, París y Caracas. Muchas veces busqué sus anotaciones caraqueñas y recién encontré la primera: una serie de edificios y cierta montaña de fondo, dieron la pista. La línea de esa montaña corresponde a El Ávila. La obra de Petrovszky es clásica. Es el eterno estudio de la figura humana, del cuerpo en el espacio; de las formas, del color y de la ilusión de la realidad. Es una obra que reitera de mil maneras estos puntos.

Aquí todo se sugiere. La silla, el banco, el piso - el jardín - o el periódico. Todo parece estar. Unas líneas de lápiz o pincel bastan. El modelo se estira, otea el horizonte, y todo a su alrededor es vacío, es forma - un-individuo-en-posición-tal-, y uno debe imaginarlo, completarlo, confirmarlo.

Después de volver a visitar a Petrovszky para escoger las piezas que conformarían el conjunto de esta exposición, me obsequió de nuevo un ejemplar de El pedestal con grietas, su libro de 1987, que ya había leído. Lo acepté con gusto y me puse a releerlo, sin orden, como recordando la lección. Esta vez me interesaron frases, sentencias que me remitían al grupo de dibujos que recién había seleccionado. "Los ojos reeducados por el arte moderno reconocen, legalizan, autentifican la obra..." Ciertamente, uno cuenta con una libertad total, que permite volver a ver y reestablecer coordenadas.

Volver a ver, por ejemplo, las docenas de dibujos de este artista, fechados entre los sesenta y los noventa, y encontrar allí la fortaleza del lenguaje plástico, el dibujo expresivo, los matices de grises y tierras que le distinguen. Hombres de pie, hombres leyendo periódicos, hombres abatidos. Parejas, vecinos, grupos. Seguramente desempleados. El dato mínimo, el rasgo, el carácter. "Sintetiza, pero no abstrae". También dice "busca lo real". Frases sueltas, no importan, pero que parecen corresponderle.

"Para el pintor, la representación, el tema, es sólo la excusa que le permite hablar de problemas plásticos. El tema, pues, es sólo un vehículo, un andamio que desaparece totalmente una vez terminada la construcción". Los ritmos del dibujo son fundamentales en la definición de la obra por parte de Petrovszky. Sus líneas a lápiz permanecen a modo de pentimento. "Las líneas de sus dibujos, andamios de edificación, se quedan presentes, siempre visibles, aun después de haber terminado la obra". Por lo que se toman como parte de la obra. Dibujos de modelos estáticos, en la calle o en el taller, quietos hasta lo petrificado y, sin embargo, hay rasgos, hay gestos de una gran animación. Sujetos, entonces, para analizar en todos sus detalles. Petrovszky recurre a la pureza del lenguaje para abordar gamas de ideas sociales.

Por otra parte, hemos aprendido a ver sus dibujos "maltrechos", sus pinturas "inacabadas", su obra apilada venciendo el tiempo. Para un purista el impoluto soporte es condición. Para Petrovszky no. Para algunos académicos, la obra tiene una sesión y concluye. Para Petrovszky no. Pasan los años y el cuadro sigue sometido al proceso creador. Así la obra transcurre en el tiempo como ciclo de angustia vital. Quien quita que algún día llegue la perfección o algo que aun no tiene nombre.

El mismo ha escrito: "Si un pintor dibuja un pordiosero, no lo hace por humana conmiseración, en plan de protesta, de acusación, sino por lo que le gusta-digamos-su silueta encorvada, los accidentes tonales o variaciones cromáticas de sus harapos, y se sirve de ellos como punto de partida para construir su cuadro". Así descarta el anecdotario. "Asimismo, si pinta un obrero, trabajando o echándose su siesta, no lo hace para la glorificación del trabajo, sino porque son actividades cotidianas de la vida". Son razones de ser, podríamos acotar.

Una memoria de lo citadino podría definir la obra de Petrovszky. Ello fundamentado en estricto lenguaje de la plástica. Tal como los clásicos. Allí están sus líneas enérgicas, gruesas, expandidas, haciendo fondo. Líneas de tinta negra, espontáneas, intensas, serenas. Líneas debajo del color y, en otras ocasiones, sus franjas o áreas de grises, de ocres, de gamas de azules y tierras, de ciertos amarillos y rojos y de pocos verdes. Así reposan las bañistas, conversan los amigos o hacen la cola en la parada de bus. Figuras anónimas, una detrás de la otra, abrumadas de ciudad, de años y de soledad. Rescatadas y ennoblecidas por un pintor. Así converge el modo y la forma; la idea y la expresión.

Quizás no haya nada más moderno que el periódico, esas hojas de simple papel capaces de resistir los despotismos. En papel periódico y en Nueva York, entre 1967 y1968, Petrovszky dibuja a los individuos que encuentra en parques y bancos. Están allí sin presión alguna y acaso concentrados en la lectura del periódico. Las columnas, las pequeñas letras, hacen de cuerpo. El vacío es el lleno y el éste es plenitud visual.

He aprendido a oír a Petrovszky en sus aforismos. "El arte es completamente individual", sería una de sus sentencias, en ese hablar suyo en medio de silencios, tal como impone su propia obra.

Caracas, Venezuela
Septiembre del año 2001

Susana Benko
 

Tener el placer de visitar una nueva exposición de Iván Petrovszky nos permite apreciar, una vez más, la calidad de una obra siempre consistente. Hace un año, en esta misma Galería, expuso buena parte de sus últimos trabajos bajo el título Iván Petrovszky. Viajero del tiempo. En aquellas obras se evidenció su condición de artista-viajero y la muestra resultó ser, en buena parte, una reinterpretación de experiencias y situaciones anteriores que dieron cuenta de su intensa actividad plástica.

Petrovszky, conviene volverlo a decir, toma imágenes directamente de la calle, las “apunta” rápidamente y luego las procesa en forma analítica y disciplinada en su taller. Realiza, entonces, unas “variaciones sobre un mismo tema”, que resultan de aquellas imágenes abocetadas, retrabajadas bajo diferentes puntos de vista formales y técnicos. Encontramos los mismos hombres trabajando, durmiendo, leyendo o jugando ajedrez en diversas perspectivas plásticas; igual, a algunas de las madres embarazadas o a aquellos personajes que disfrutan de una conversación, de un momento de reposo o simplemente de un baño de sol.

La espontaneidad del apunte se mantiene en las obras realizadas en el taller. Estas no pierden expresividad sino que, por el contrario, acentúan su condición de obra bella y a la vez técnicamente rigurosa. Petrovszky estudia de distintas maneras el color y la forma, la estructura y el volumen, la textura y la transparencia, entre otros elementos de expresión. Utiliza los mismos motivos y, sin embargo, cada pieza es única. "En mi obra no existe imaginación sino transformación" –ha declarado el artista-, lo que es parcialmente justo ya que una circunstancia es transformada en una obra memorable. Sin embargo, la imaginación se manifiesta en la riqueza pictórica propiamente dicha: como creación a través del lenguaje de la pintura.

Estas reflexiones son válidas para la exposición que ahora nos ocupa. La muestra está conformada por obras sobre papel cuya selección obedece a un amplio criterio de heterogeneidad en cuanto a temas, técnicas y formatos diversos. También a diferentes períodos de realización, con predominio de las más actuales.

El público puede observar las reinterpretaciones producidas por las transformaciones operadas sobre un mismo motivo pictórico. Transformaciones que se producen por decisiones tomadas por el artista en cuanto a técnicas utilizadas y análisis profundos a los que somete a la forma y al color. El resultado son obras más pictóricas o más dibujísticas, según el empleo del óleo o de pinturas acuosas.

Esta profundización conduce a una mayor austeridad, condensación y síntesis de la forma y del volumen, para la cual es fundamental considerar el tratamiento otorgado al color. Este último tiene papel protagónico en el desarrollo plástico del artista, quien no se ha distinguido precisamente por manejar “prolíficamente” el color. Por el contrario, lo que ha hecho en buena parte de su producción es enriquecer los matices de un color. Petrovszky se auto define como artista “oligocromático”, palabra derivada del griego que significa ‘con poco cromatismo’ y considera que el proceso creativo realizado con pocos colores le permite proceder con mayor profundidad y capacidad de síntesis. De este modo, los planos de color siluetean las formas sin necesidad de mayores detalles. Siendo más planas, pierden definición y la imagen queda resonando en nuestra percepción como formas envueltas o constituidas por un hálito de color.

La condición analítica de cada obra no altera la aerosidad que de ellas se desprende. Existe una atmósfera envolvente aún en dibujos francamente estructurales como en los de Nueva York, por ejemplo. La bruma, la sensibilidad producida por su atmósfera, son expresadas por medio de sutiles gradaciones de luces y sombras, interactuando respectivamente con las líneas macizas y seguras de las construcciones y su progresiva indefinición. En otros dibujos, el color es trabajado “sinfónicamente” como diría el artista, policromatismo que complementa la condición analítica de la obra. En este sentido, pudiera concluirse que los elementos estructurales empleados por Petrovszky se vinculan estrechamente con el desenvolvimiento cromático de la obra. De esta manera, los planos de color establecen diferenciaciones importantes sea por medio del contraste de sus líneas direccionales o por el modo como “cubican” el espacio en una composición.

Por encima de todo esto, el dibujo transparece sensiblemente. Expresándose en líneas, en tono o en color, nos define un paisaje, una naturaleza muerta o al ser humano con su carga de soledad. Todas las obras expuestas confirman la claridad conceptual de lo que el dibujo es para el maestro Iván Petrovszky: la expresión máxima de su voluntad de trascender los límites de la figuración.

Caracas, Venezuela
Agosto del año 1999