Perán Erminy

No es que Enrico Armas sea (como lo es) un digno representante de la estirpe de los Armas, apellido que parecería poseer la rara virtud de recaer sobre gente de mucho talento, y no propiamente sobre gente de armas, sino sobre intelectuales creadores, y más especialmente sobre artistas. Me refiero a los herederos directos e indirectos de Alfredo Armas Alfonzo, que son muchos, aunque a veces lleven otro apellido, como Antillano etc.

No es eso lo que induce a uno a pensar que Enrico Armas es un buen pintor. Al contrario, eso lo pone a uno a defenderse contra alguna posible predisposición favorable por simpatía. Lo que he querido decir, con esta argumentación tan retorcida, es que el apellido de Enrico no tiene nada que ver con la calidad de su pintura.

Enrico Armas es un artista cuya edad es aún juvenil, pero cuenta ya con una experiencia creadora bastante larga y sobre todo abundante, además de valiosa y conocida. Se destacó primero en el campo de la escultura con sus famosos y estupendos caballos (con jinetes o no), de vigorosa y escueta expresión volumétrica, a veces contundente como las redondeces de los desnudos de Maillol, pero con un cierto aire arcaico, hierático e intemporal, como los caballos de Marino Marini.

Luego desarrolló paralelamente sus abstracciones constructivistas, con barras o varillas lineales de aluminio, o de otros metales, que se entrecruzan en muy variadas formas de marañas geométricas tridimensionales, rectilíneas o curvilíneas, a veces finas o gruesas (como las de la estación del Metro en Chacao). Después aparecieron sus pinturas casi siempre abstractas y constructivistas, pero de ejecución espontánea. La organización por cuadrículas (o dameros) y con colores saturados contrastantes determinaba el carácter de las obras, producidas a la manera de variaciones sobre un mismo esquema compositivo. No sé si esas pinturas las hacía al mismo tiempo que sus esculturas iniciales, o si éstas las precedieron.

También cultivó otras técnicas y géneros de la plástica, como el dibujo, el grabado y el collage, pero bajo el predominio de la pintura y la escultura.

En todo caso, en el desarrollo de la producción de Enrico Armas se siente la continuidad de su autoría y de sus concepciones. Aunque se trata de varias líneas de continuidad, o de ejes paralelos de desarrollo, todos sistemáticos de los cuales cabe la coexistencia compatible de lo abstracto con lo figurativo, de la pintura con la escultura, de lo geométrico con lo gestual, de lo constructivo con lo informal. No caía en la dispersión, ni menos aún en la incongruencia, se le podía y más se le puede ahora reconocer el sello personal de su autoría.

Ahora, en esta hermosa exposición individual en la Galería Medicci, la obra pictórica reciente de Enrico Armas se muestra más coherente, o más cohesionada que nunca. Superando lo que aún le quedaba de gratuidad y de inconsistencia en sus especulaciones cromáticas precedentes, Enrico Armas centra ahora su esfuerzo creador pictórico en el intento de mantener un equilibrio entre sus propias inclinaciones compartidas entre la espontaneidad y el rigor constructivo, entre la desenvoltura de la sensibilidad y la racionalidad ordenadora, entre la emoción y la razón.

Su poética se sitúa en el centro de la antigua y siempre renovada querella entre lo apolíneo y lo dionisíaco. La misma que en el orden de los grandes estilos históricos parecían evolucionar pendularmente entre lo clásico y lo barroco, o entre lo neo-clásico y lo romántico, o entre el expresionismo y el constructivismo. En este sentido, el equilibrio que propone Enrico Armas no consiste propiamente en conciliar los términos de la dualidad de los polos antagónicos entre los cuales se debatía su inspiración, sino en dejar que sé antagonicen sin demasiada discordancia, vale decir, en mantener la dicotomía como una especie de diálogo y no de disputa entre opuestos. Lo cual viene a ser una acertada reivindicación del ya olvidado, nunca aceptado, pero inagotable y validísimo principio renacentista de la " coincidentia opositorum " según el cual las cosas pueden ser opuestas, o contrarias, pero iguales.

Se trata, en el caso de la pintura actual de Enrico Armas, de un equilibrio inestable y precario que opera como una suerte de contrapunto visual, o como un juego perceptivo variable, de lecturas visuales simultáneas, o sucesivas, o superpuestas, sin necesidad de un orden de prevalencias ni de continuidades. De manera que en una misma obra puede prevalecer en un primer momento la percepción de un par de núcleos estructurales ortogonales, que de inmediato ceden a la atracción de ciertos juegos de contrastes cromáticos encendidos. Y luego van dejando emerger la vivacidad de los trazos muy fuertes de la ejecución gestual de la obra. Y así sucesivamente, en un variabilísimo y variadísimo juego de posibilidades perceptivas cambiantes y polisémicas, que cada quien irá "leyendo visualmente a su manera", sintiéndolo y entendiéndolo como le parezca, sin reglas fijas ni pautas apreciativas establecidas.

Estas de Enrico Armas son obras abiertas, muy abiertas, es decir, de libre interpretación, a las que no hay que buscarles alguna intencionalidad expresiva unívoca e invariable. No requieren una descodificación compleja ni poseen claves ocultas para poder descifrarlas. No son obras herméticas ni difíciles. Al contrario, su contenido lo muestran a flor de piel, en la superficie de la tela, en la sensorialidad de su materia pictórica espesa y pastosa, en las tensiones y distensiones que se generan entre sus planos y sus formas, en las excitaciones sucesivas que provocan los estímulos visuales de sus contrastes de color, a veces dispuestos in crescendo, o con pautas y saltos inesperados, o atenuándose y apagándose mientras se esfuman los contornos, y vuelven a agitarse acelerando el recorrido visual, a veces fluido o quebrado, o sincopado o a veces vacilante, dudoso...Y así, con la mirada flameando, distraída, incisiva, excitada, tensa, serena, relajada, jubilosa, risueña, evocativa, asociativa, evasiva, ensoñadora, fantasiosa... Nos dejamos llevar por la corriente energética y afectiva de la obra, navegando en nuestras propias sensaciones, mientras afloran, desde el fondo de la comunicación intelectiva y emotiva, ciertas oscuridades, o luminosidades profundas, todas éstas cosas nos las ofrecen frondosamente, profusamente, las obras de Enrico Armas.

Caracas, Venezuela
Noviembre – Año 2000

Juan Carlos Palenzuela
 

Lo que a principios de la década, en marzo de 1992, podía parecer extraño, ahora es corriente: Enrico Armas es pintor. Aun cuando fundamentalmente se manifestaba como escultor, mucho antes de su primera individual como pintor, Enrico Armas se dedicaba al dibujo, a la acuarela, al Collage y a la gráfica. Es decir, al mismo tiempo que escultor se expresaba en plano bidimensional, pensaba en términos pictóricos. Insisto sobre el particular para despejar, una vez más, dudas sobre la cualidad de Enrico Armas como pintor.

En estos años noventa él ha incluido sus telas en la visión general de su arte, en la misma valoración que sus esculturas, sus instalaciones efímeras, sus acumulaciones de objetos, materiales y obras (en proceso o acabadas) y sus dibujos, tal como ha hecho en su serie de exposiciones entre 1997 y 1999.

Sin embargo, ya apreciamos una diferencia de concepto entre sus dos individuales anteriores y ésta: primero había un sentido de paisaje, de Collage, de presencia del dibujo y del apoyo del papel, de un toque cromático y competitivo tributario de algunos maestros, incluso venezolanos; después del espacio se saturaba, el color ocupaba todo el plano, lo constructivo regía la obra y parecía en pugna con la libertad del gesto. Algunas referencias persistían, como subyugando al artista. La obra lograba sus climas. La texturas era una sus cualidades. Ahora conquista un sistema de signos, una autonomía propia de la pintura, un fraseo plástico en el que se presenta como el solo, como genuino autor. Siempre sus formatos han sido tan grandes. Persiste, igualmente, una noción y, en otras ocasiones, con el pincel, en trazos que pasan de la idea figurativa a la definición cromática del espacio.

El espacio en la obra de Enrico Armas es rico en materia, en color, en matices y en una fragmentación que incide en la irregularidad del plano. El Color es sobrepuesto, complementario, gestual y en transparencia. Los Planos son cerrados y múltiples y en contadas ocasiones se abren y permanecen en su propia valoración. Entonces son puntos focales, no importa donde estén ubicados.

El color viene desde la profundidad de la escena o irradia en intensidad y gamas de amarillo en un primera plano generalizado. Antes persiste la monocromía, ahora tenemos una paleta en base a puros. Ahora el color ocupa el espacio y hace formas, ideas de formas, siluetas elementos que son signos.

El artista implementa un sistema en el que el lenguaje se fundamenta en la geometría, entonces aparecen círculos, medio círculos y rectángulos; evocación de la naturaleza en paradigmas de árboles, y códigos de su propia iconografía, sobre los que se empeña, hace arquetipos, sugiere o subraya: la silueta de un caballo, de una cafetera o del cuerpo de la modelo. Esos signos son abiertos cuando unas pocas líneas indican el esquema del animal o del objeto, o cerrados cuando la figura del árbol es un mancha, un toque preciso que cambia de nota pero que insiste en la simplicidad de su sujeto.

El dibujo se puede hacer a lápiz, con la espátula -y ya lo hemos dicho en otras ocasiones- o con un lápiz sin punta. Ese dibujo es persistente. Es un fino trazado en medio de la pintura, del espacio inmenso de la pintura. La noción de caballo, ese motivo predilecto del artista, se mantiene como dibujo o como escultura, debido a su volumetría. El caballo estará en medio de un mundo inestable, caótico, o será parte del mismo, cuando su pincelada sea nerviosa. Alazán-fuego. "Ando en la mirada del caballo" leemos en un verso de Luis Alberto Crespo. Caballo y espacio como un sólo sitio de la pintura, con sus entradas, con sus líneas, con sus límites que no son tales, con el sentido de la imagen como totalidad. Se integra el dibujo y la pintura. El dibujo como evidencia, como espacio estructurado.

Pocas aperturas hacia el fondo presentan estos cuadros. La obra permanece en el plano. El espacio es constructivo aunque con vestigios de esbozos figurativos. A veces también se encuentran textos de puño y letra. El color es en desplazamiento. El color comporta una gramática del espacio. La figura es constructiva pero en una ocasión tiene corporeidad tal que introduce otra dimensión. Modelo en blanco, firme. Fantasmal. Allí está integrada a la pintura. La figura es trabajada plásticamente.

En cuanto a la escena, puede estar despojada de elementos figurativos o éstos ser llevados a su mínima presencia, dejando entonces al color y a la gestualidad del pincel, la amplitud del trazo, las medidas irregulares de la cuadrícula, el rol protagónico.

En cambio, el espacio está cargado de signos geométricos, señales e iconos que a su vez sólo son pintura, como resolviendo gráficamente el dilema plástico. Pura pintura con lugares de luminosidad total, con colores que no se ensucian, con breves nombramientos, una palmera, una mujer, un caballo. El formato es envolvente y establece un vínculo casi físico con el espectador.

Para Armas no hay nada fijo. Su pintura es esto pero también aquello. Así se debate entre lo constructivo y lo informal, entre lo constructivo y la depuración de la imagen, entre lo constructivo y lo irracional. La idea de sensación recorre la obra: sensación de color, de timbres, de alegría, de melancolía. El color es directo y en ocasiones construido en la paleta. El rojo es una constante y, como diría Ciriot, "el color de los sentidos vivos". Armas tiene necesidad de organizar, de nombrar desde el mirar imaginario que es esa zona pictórica entre lo abstracto y lo figurativo. Su dualidad es conceptual, temporal, espacial y del ser.

Caracas, Venezuela
Noviembre, 1999